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ECONOMÍA

Industrialización y Desarrollo

martes, 11 de septiembre de 2012
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Jorge Humberto Botero

A partir de la experiencia pionera de Inglaterra en el siglo XVIII, tenemos claro que la industrialización es un componente esencial del proceso de desarrollo.

Mientras la productividad del trabajo humano estuvo acotada por la fuerza física, apenas ayudada por palancas y ruedas, la capacidad de tracción de los bueyes y la destreza manual de nuestros ancestros, no se pudo avanzar en la creación de riqueza colectiva.

Desde la antigüedad sabíamos usar la energía del viento y las corrientes de agua, pero la invención de la caldera de vapor y el telar mecánico abrieron posibilidades enormes de progreso social. Hoy sabemos que sin la agregación de valor y la generación de empleo masivo que la industria hace posible no se puede derrotar la carga ancestral de la pobreza. Por eso, a través de distintos tipos de políticas, casi todos los países han procurado industrializarse.

Colombia no ha sido la excepción. La restricción a la importación de bienes de consumo y materias primas, causada por el bloqueo del transporte marítimo durante la Segunda Guerra Mundial, dio inicio a la era de industrialización, la cual fue financiada con los excedentes de capital provenientes de la exportación de café y la minería del oro.

La estrategia entonces adoptada consistió en la protección del mercado doméstico para la incipiente industria nacional. Aranceles altos, licencias de importación, crédito subsidiado, creación de empresas estatales, fueron los elementos centrales de esa política.

A fines de la década de los ochenta, el proteccionismo a ultranza comenzó a mostrar sus limitaciones. El mercado interno no tenía suficiente tamaño para generar las economías de escala que productos de algún grado de complejidad exigen, los costos que esa política imponía a los consumidores eran elevados, la creación de un mercado andino ampliado había fracasado, el país comenzaba a superar la crónica escasez de divisas que nos había afligido durante muchos años y podía importar sin angustias.

La entrada en vigor del TLC con los Estados Unidos, y la inminente del suscrito con la Unión Europea, cierran el circulo de internacionalización nominal de la economía. Digo nominal por cuanto todavía somos un país bastante cerrado. Para colmo, las exportaciones de minerales, que generan divisas pero poco empleo, pesan demasiado: casi el 70% de las ventas totales al exterior.

En el nuevo contexto, no hay espacio para las viejas medidas de protección, que son incompatibles con la búsqueda de nuestras ventajas competitivas y que, además, serían violatorias de los compromisos asumidos con los socios comerciales. Las protecciones temporales del aparato productivo que se juzgaron necesarias luego de amplias consultas, se encuentran plasmadas en los cronogramas de desgravación estipulados en los acuerdos internacionales. Esto no quiere decir que hayamos abandonado el anhelo de tener un aparato industrial más vigoroso. Persistir en ese empeño, utilizando un herramental diferente, es el reto actual. Los resultados que registran los países de la región, que van adelante de Colombia en la implementación de sus acuerdos de comercio, son alentadores.

Todos ellos aumentaron significativamente sus exportaciones de manufacturas a los Estados Unidos dentro del año siguiente a la puesta en marcha de sus correspondientes tratados.

La mejora paulatina de la competitividad es el eje de la nueva política industrial. La lectura comparativa de los indicadores que la miden revela que si bien estamos rezagados en muchos de ellos, los esfuerzos realizados por varios gobiernos han rendido sus frutos.

Existe un reconocimiento amplio sobre la gravedad de las fallas de la infraestructura vial y portuaria. El reto para superarlas es enorme, no obstante lo cual me declaro optimista. El catálogo de proyectos ha sido establecido con buenos criterios y sin interferencias políticas, su estructuración técnica y financiera ha sido adecuada. La nueva Agencia Nacional de Infraestructura contribuye a superar las fallas institucionales.

Son enormes las dificultades políticas para atacar la informalidad laboral y la bajísima cobertura del régimen de pensiones, factores que inciden negativamente en la productividad del trabajo. El Gobierno ha anunciado que llevará próximamente propuestas de reforma al Congreso. No será tarea sencilla lograr su aprobación.

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