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ECONOMÍA

El Magdalena, el río que el niño amenaza con terminar de secar

domingo, 24 de enero de 2016
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El Universal

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Son las 10:00 de la mañana, el sol está fuerte y el calor es insoportable. Allí reina la incertidumbre y no es para menos, gran parte de la población vive de la agricultura y la pesca, y el caudal del río más importante de Colombia es cada vez más bajo, los peces están escasos. 

"Uff , doña aquí ya no se consigue nada. Desde octubre que empezó a bajar el río, por aquí ya no cogemos mojarra, bocachico, ni barbudito, los peces se han ido muriendo por falta de oxígeno. Esto ya no es lo mismo", comenta Ever Hilton, de unos 37 años, mientras nos señala los playones que han ido formándose en la ribera. 

Nadie conoce a ciencia cierta cuánto ha bajado el río en esta zona del departamento, sólo se sabe que disminuyó su caudal tanto que las embarcaciones grandes no se atreven a navegar. Son las 10:20 de la mañana y estoy en el muelle del pueblo, donde alrededor de seis lanchas, conocidas genéricamente como "Johnson" en honor a los motores fuera de borda de esa marca, los primeros en llegar al río, están listas para zarpar con pasajeros y mercancía. 

Salimos a nuestro recorrido y Roberto Machacón, el lanchero, nos dice que debemos ir despacio para por si acaso encallamos no sea grave. A los cinco minutos señala el banco de arena formándose en la mitad del río y advierte con preocupación, que "si en una semana no llueve allí o aguas arriba, Calamar y Charanga, el pueblo vecino del Magdalena, quedarán incomunicados porque no se podrá cruzar". 

A los diez minutos avistamos a nuestra izquierda otro banco de arena que antes era agua. Allí los comerciantes de Charanga aprovechan y descargan de dos camperos, los alimentos para llevarlos a la plaza de mercado de Calamar. 

Un poco más adelante nos topamos con una estructura de hierro, de unos siete metros de alto, que los habitantes levantaron para que el río no se tragara el pueblo. Ahora luce inservible, porque el río sólo alcanza como 1 metro de altura.

El Niño no sólo se ha ensañado con este pueblo. Entre Zambrano (Bolívar) y Plato (Magdalena), en el puente, el panorama es desalentador. Un brazo del río está tan seco que lo podemos cruzar a pie, todo parece un desierto con partes movedizas que el sol ha ido endureciendo. Lo mismo ocurrió con la ciénaga de Zambrano, al lado del río, donde antes había abundancia de peces, hoy sólo hay barro y pasto crecido. 

El fotógrafo y yo no salimos del asombro. Nos adentramos por debajo del puente y detrás nuestro viene una pareja de esposos con sus dos hijos, parecen de excursión, se sientan en el pasto que ha crecido, como a resguardarse del sol y comentan lo fuerte que está la sequía. 

En esta opinión también coincide William Tuirán, pescador veterano de Zambrano, quien relata que a veces no capturan pescado ni para el consumo de la familia. "Antes cogíamos 20 y 30 pescados, pero ahora mismo pescamos si acaso 16 barbuditos, y eso no alcanza para dos personas con dos familias. Ya los remolcadores ni pasan, porque no hay casi agua".

Mientras permanece a la orilla del río, por su experiencia asegura "que el caudal seguirá bajando aún más. Diariamente el río se está bajando. Es muy preocupante", indica. 

Pero el panorama del río Magdalena es más crítico en Mompox, la isla colonial, a 248 kilómetros de Cartagena, donde su brazo está tan sedimentado que los hombres sacan pilas de arena para venderlas en las construcciones. A diario extraen entre 150 y 200 baldes cada uno, aproximadamente. 

"Desde diciembre empezó a secarse este brazo, los peces se han ido muriendo y aparece una cantidad de gallinazos que se los comen. Hace tres días el caudal bajó unos 2 metros y medio", expresó José Niño, un joven vigilante y sin empleo que ha visto en la sedimentación del río, el único sustento para su familia. 

En la conversación entra otro joven, de 28 años aproximadamente, quien dice: "La situación ha sido cruel porque el río ha bajado un 80 %". 

"También nos hemos enfermado, sobre todo los niños. El agua no es consumible, está muy sucia", grita desde el río otro muchacho de pantaloneta roja, que con pala y balde en mano saca afanosamente arena. Se refiere a que debido al colapso del río, el agua no está filtrándose bien y llega a las casas con mal olor y no apta para el consumo, situación que ha llevado a las autoridades a declarar la calamidad pública. 

Al igual que la pesca, la navegabilidad también está afectada en 70 %. En Bodega, corregimiento de Mompox, son interminables las filas para tomar el ferry hacia Magangué, esto debido a que el planchón grande no puede navegar por el bajo nivel del río. Sólo hace viajes el pequeño, que cala menos. 

Mientras esperamos el turno para el ferry, una anciana que toma un refresco exclama: "Cuando vengamos a ver, doña, ya los ferrys no van a poder navegar. Hace tres días encalló el grande y por eso no está trabajando. El río está muy bajo", comenta. 

Bien tenía razón la mujer de canas, aunque el planchón que abordamos no tenía posibilidad de encallar por ser liviano, sí íbamos muy despacio. Cuenta Hader Gulloz, quien comanda el remolcador, que debido al bajo caudal los viajes que antes duraban unos 25 minutos de Bodega a Magangué, ahora toman unos 45 minutos. 

Ese tiempo parecía interminable, pero era necesario por seguridad. A la media hora de estar viajando por el río, cuando parecía haberlo visto todo, quedamos atónitos al observar a nuestra derecha una gran porción de tierra, donde adultos y niños disfrutaban y jugaban con balones como si estuvieran en las playas de El Rodadero, en Santa Marta. Todo eso era agua, pero el Fenómeno de El Niño lo secó. 

La sequía también ha causado estragos en los motores de las lanchas, pues ante la poca agua se averían las hélices, situación que además ha disminuido en 30 % el flujo de pasajeros del primer puerto fluvial del país, en Magangué. 

"Ha habido daños en los motores fuera de borda de las lanchas. No obstante, los pilotos se han arriesgado. Estábamos en un promedio diario de pasajeros de 1.500, ahora estamos en unos 1.000. Ya empezamos a ver lo que ha causado este bajo nivel del río", precisa con ansiedad, Enrique Rincón, director de Operaciones de la Sociedad Portuaria Regional. 

El transporte de crudo hacia otras partes del país, también disminuyó mucho, según Rincón, pues los remolcadores ya no pueden pasar. 

En nuestra travesía por este municipio, a orillas del río Magdalena, nos encontramos, a escasos metros del puerto fluvial, con Nancy Hoyos Rodríguez, magangueleña que trabaja con el Ideam y quien a diario mide la profundidad del río. 

Ella asevera que desde hace 25 años que le hace seguimiento al comportamiento del Magdalena, es la primera vez que está tan bajo. Hace apenas una semana bajó 2 metros y 26 centímetros. El caudal ha disminuido unos 2 metros con 29 centímetros con relación a la misma época del año anterior. 

"No tenemos estabilidad. Estábamos en 2,42 centímetros, luego bajó a 2,32, siguió bajando a 2,26 y ya subió 11 centímetros. Hay días que baja, sube cuatro, baja más de lo que sube. Lo máximo que ha subido son unos 40 centímetros aproximadamente", relata mientras observa minuciosamente las medidas escritas en un cuadernillo. 

Todos los días, cuando el reloj marca las 6:00 de la mañana y 6:00 de la tarde, Nancy va al sector de La Candelaria para medir el caudal del río con una regla de 100 centímetros, empotrada en el lecho del río. El reporte lo pasa a Barranquilla y posteriormente al Ideam en Bogotá. 

"Según previsiones, el río Magdalena puede bajar aún más, ahora vienen febrero y marzo, los meses más críticos del Fenómeno de El Niño", advierte en tono trágico la observadora. 

"Lo grave no ha pasado, lo grave viene ahora", agrega el capitán Luis Mendoza Maceus, director Nacional de la Corporación Autónoma Regional del Río Magdalena (Cormagdalena), mientras nos cuenta las repercusiones que ha tenido esta crisis. 

Entre tanto, lo que queda del río sigue su curso, contaminado, con el agua turbia, como si pidiera auxilio, mientras las labores de dragado de Cormagdalena para mejorar la navegabilidad, lo oxigenan un poco para tratar de recuperar su calado original antes de que el implacable Fenómeno de El Niño culmine su ciclo. 

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