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Analistas 30/03/2019

¿Neutralidad ante la dictadura?

Sergio Torres Ávila
Analista político y estratega líder de Politiks360
Analista LR

Más allá de lo que digan las declaraciones oficiales, la posición del gobierno mexicano ante los recientes acontecimientos en Venezuela no es neutral. Es un argumento insostenible que es importante aclarar. Con sus acciones y omisiones, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, de facto, se ha puesto del lado del régimen de Nicolás Maduro y ha quedado descalificado para convertirse en mediador en un proceso de negociación venezolana. Pierde México y pierde la democracia latinoamericana.

Neutralidad hubiera significado asumir que, en el país sudamericano, existe una gran controversia sobre la legalidad y legitimidad del nuevo régimen de Maduro, y que no era conveniente reconocerlo. Las elecciones de mayo de 2018 se dieron con la ausencia de la oposición, que repudió todo el proceso. La abstención fue cercana al 80%. Unos comicios calificados de fraudulentos. Fue una elección de Estado. El ganador, Maduro, no fue reconocido por la Asamblea Nacional, que desconocida y vapuleada, sigue siendo un representante legítimo de la voluntad popular.

Maduro tomo posesión el 10 de enero pasado, con la ausencia de invitados de alto nivel (solo asistieron cuatro presidentes latinoamericanos, aliados del régimen bolivariano: Bolivia, Cuba, Nicaragua y El Salvador). México envió solamente al encargado de negocios de la embajada en el país. El acto fue rechazado por la comunidad internacional, por la oposición venezolana y por cientos de miles de ciudadanos. El 4 de enero, el Grupo de Lima, integrado por 14 países latinoamericanos y avalado por la OEA, la Unión Europea y Estados Unidos, creado para buscar una salida pacífica al conflicto en esta nación, declaró no reconocer el resultado de “un proceso electoral ilegítimo”. En este escenario, ¿cuál legitimidad de Maduro?

Es evidente que, para el pasado primero de diciembre, no existía un gobierno legítimo al cual reconocer. Sin embargo, al contrario de lo que marcaba el sentido común y la propia “doctrina Estrada”, el gobierno de AMLO decidió abrirle las puertas de Palacio Nacional a Nicolás Maduro en su toma de posesión. Recordar la imagen de nuestro presidente sonriente, orgulloso, al lado de quien muchos gobiernos, instituciones y millones de ciudadanos califican de dictador, nos hace pensar que más allá de cuestiones estratégicas, de argumentos, de neutralidad diplomática, aquel espaldarazo político reflejaba una afinidad ideológica de AMLO con el régimen chavista.

La virtual declaratoria de guerra que la comunidad internacional ha hecho a Maduro, al reconocer a Juan Guaidó como presidente interino, endurecerá las posiciones del régimen bolivariano, que apoyado por los militares, puede derivar en el derramamiento de sangre. Más allá de la tragedia que representa para los venezolanos este escenario, es lamentable que el gobierno de México, con sus acciones y omisiones (al no sumarse al consenso internacional en pro de la democracia), ha perdido la oportunidad de convertirse en el líder regional al que aspiraba.

Recordemos que semanas antes del inicio del actual gobierno, Marcelo Ebrard afirmó en entrevista que México necesitaba recuperar su papel protagónico dentro de la región, en especial como mediador de conflictos, poniendo como ejemplo el Grupo Contadora, un órgano multilateral creado en 1983, que tenía el objetivo de promover la paz dentro de Centroamérica en una época en la que Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras tenían conflictos armados, cruentas guerras civiles. En aquel momento, México tuvo un papel protagónico en los diálogos de paz. Hoy es una lástima para la tradición democrática mexicana que el país ha quedado desacreditado para fungir como mediador. Porque más allá de discursos, AMLO se ha puesto del lado de Maduro. Y no se puede mediar cuando se es parcial.

Quizá por la necesidad de marcar una distancia con gobiernos anteriores, de retomar principios diplomáticos que funcionaron en otra época o por establecer una posición independiente en el contexto internacional, AMLO ha puesto a México en una situación inédita, como el opositor al consenso continental. Una posición delicada. Es el momento de que actúe como estadista y, más allá de filias o fobias ideológicas, valore la situación con visión geoestratégica, basadas en razones. Que evalúe un régimen que mantiene hoy a su pueblo en crisis económica, política y social. Sin libertad de expresión. Con muertos en las calles y presos políticos en las cárceles. Justamente lo contrario a lo que el propio AMLO dice garantizar para México.

Esos son los hechos, más allá de las ideas, que deben impulsar el posicionamiento mexicano. ¿Es la postura “neutral” la más conveniente para México o es el momento de recapacitar y desmarcarse de un régimen que ha unido al mundo en su contra?

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