El desamor corporativo duele sí. Rompe, por supuesto. Pero también libera. Y en esa libertad volvemos a ser poderosas versiones de nosotros mismos que hemos olvidado
Son los “pequeños gigantes”, a quienes llamo así con respeto y cariño, y en contraste con aquellos que los califican de residuales, enanitos o de blanquitos riquitos, los protagonistas llamados a salvar la democracia