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La semana pasada el Dane publicó los resultados de crecimiento económico para el primer trimestre de 2020, unos resultados marcados tanto por el buen comportamiento en los dos primeros meses del año como por la significativa desaceleración de la actividad productiva en marzo tras el inicio del confinamiento.
En efecto, el Indicador de Seguimiento a la Economía (ISE) ya nos mostraba un desempeño favorable durante enero y febrero, reflejado en ritmos de expansión cercanos a 4,2%, derivados en buena parte de la buena dinámica que exhibían los sectores de comercio, actividades financieras, agricultura e industria.
Sin embargo, el revés que significó el confinamiento por el covid-19, y los fuertes ajustes en materia de producción de carbón y precios del crudo a finales de marzo llevaron a que gran parte de las ramas de actividad se paralizaran.
La economía colombiana exhibió así, en este escenario, un crecimiento modesto de 1,1% en el primer trimestre, una cifra inferior a la que esperaban los analistas (en torno a 1,6%) y que puso en evidencia que los impactos económicos del choque sobre los precios de las materias primas y de las medidas de confinamiento podrían ser mayores a lo que hoy proyectan analistas y Gobierno.
Resulta inquietante, desde luego, el desempeño de la construcción. Su caída de 9,2%, explicada por el pobre dinamismo del segmento de edificaciones (16,5%), inserta importantes preocupaciones en materia de destrucción de empleo. También preocupa que las actividades artísticas y de servicios domésticos se hayan contraído 3,2%. Este sector concentraba, al cierre de 2019, alrededor de 9,3% del total de ocupados a nivel nacional.
Por el lado de la demanda, el crecimiento del consumo de los hogares (3,8%) y del gobierno (3,2%) compensó las pronunciadas contracciones en la formación bruta de capital (6,7%) y las exportaciones (6,1%). Las buenas perspectivas en materia de inversión, derivadas de los cambios en el estatuto tributario de 2019, se han deteriorado con los vientos de la incertidumbre en torno a la duración de la emergencia sanitaria.
En sentido similar, el deterioro de las exportaciones, explicado por la disminución de la demanda externa, no solo contribuye de manera negativa al crecimiento del país, sino que podría traducirse en una ampliación del déficit en cuenta corriente, que para 2019 ya bordeaba el 4,3% del PIB.
Las cifras de empleo ya empiezan a dar cuenta del deterioro del mercado laboral. La tasa de ocupación descendió en marzo a 52,8%, una disminución de 5,9 pp frente al registro del mismo mes de 2019 (58,7%). Todo esto, sumado al panorama de los indicadores líderes de ventas de vivienda nueva y confianza del consumidor, que a corte de abril se contrajeron en 62,2% y 41,3%, respectivamente, ha obligado al grueso de analistas a recomponer los estimativos en materia de crecimiento, previsiones que hoy nos hablan de contracciones del PIB cercanas a 5,0% en 2020, aparejadas con tasas de desempleo superiores al 20%.
Las implicaciones negativas de este nuevo escenario sobre empleo, pobreza y desigualdad, aunque inciertas, serían significativas. Enfrentamos proyecciones en materia de actividad, empleo y bienestar que son, sin duda, inquietantes. Urge, en este difícil escenario, continuar abriendo aquellos sectores estratégicos en materia de empleo y generación de valor agregado. La solución, entonces, no invita a nada diferente que a darle celeridad al proceso de reactivación económica conforme a los protocolos sanitarios, y poner el país a trabajar.