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Analistas 10/12/2020

Louise Nichols Botero

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

Esta columna está dedicada a mi esposa Louise, la maravillosa mujer con quien estuve casado sesenta y tres años. Incluye una descripción de sus actividades en Colombia, país que acogió como propio. También incluye una breve reseña biográfica.

Es el homenaje que le rindo a una vida ejemplar, a la vez que una manifestación de amor. Haciendo un esfuerzo para procurar que en las frases siguientes prevalezcan el cariño y la admiración sobre la congoja, he seleccionado apartes de un documento que encontré conservado entre su archivo personal. El texto, redactado en tercera persona con algunos cambios, sigue los lineamientos generales de algo que escribí con motivo de uno de nuestros aniversarios de matrimonio.

Cuando un diario de Bogotá quería publicar nuestra fotografía favorita, tomada por Hernán Díaz cuando vivíamos en el Bosque Izquierdo, me solicitó agregarle un titular apropiado; sugerí la siguiente frase: ‘Ella trajo música a mi vida, literal y figurativamente.’

Eso es rigurosamente cierto. Cierto, pero incompleto. Música y mucho más.
Ella asimiló otra cultura, aprendió otro idioma, se unió cariñosamente a mi familia y a mis amistades. Con naturalidad, se adaptó a la vida y a las costumbres de un país diferente al propio, un país en vía de desarrollo. Durante mis años de servicio público, hizo de nuestro hogar un caluroso y acogedor refugio de belleza y tranquilidad, protegido de la turbulencia del mundo exterior.

Esposa perfecta, madre extraordinaria, sobresaliente atleta y compañera de tenis. Tiene los dones de bondad, generosidad, serenidad, elegancia innata y un impecable buen gusto. Su admirable sentido común, su equidad y su pensamiento práctico la hacen una consejera ideal. Con frecuencia he experimentado el privilegio de sentirme respaldado, acudiendo a su sabiduría y su buen criterio.

Ha participado en múltiples funciones oficiales en Colombia y en el exterior. Ha viajado conmigo alrededor del mundo, a conferencias internacionales y a eventos gubernamentales. En cada uno de esos casos, me he sentido orgulloso de constatar su porte digno, su simpatía y su espontánea amabilidad.

Les extiende a mensajeros y empleadas domésticas la misma consideración y cortesía que la que les brinda a presidentes y dignatarios extranjeros. Nuestros amigos íntimos le han asignado el antiguo honorífico español de ‘Doña Luisa.’

Ha demostrado su capacidad de liderazgo en campos diversos. Recién llegada a Colombia, enseñó inglés por la televisión educativa. Como organizadora de la comunidad en el Bosque Izquierdo, levantó un censo del barrio en compañía de Elvira Currie. Sembró árboles, promovió obras de apoyo a juegos infantiles y de embellecimiento ambiental. Impulsó la contribución de los vecinos a una guardería de Bienestar Social.

Fundó y dirigió el conjunto de música antigua Hausmusik, que daba conciertos, cuyos recaudos apoyaban labores sociales.

Pero más allá de esos logros significativos, la imagen de Louise que atesoro, es la de la culta universitaria de Wellesley de sonrisa avasalladora, conversación amena y belleza sin adornar que llegó a mi vida como una suave brisa, y se tomó mi corazón por asalto.

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