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Analistas 30/11/2016

Del sobresalto a la incertidumbre

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda
La República Más
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na vez asimilado el impacto del resultado electoral en Estados Unidos, las cancillerías del mundo han procedido a revisar las premisas de sus relaciones con Washington, a partir de enero de 2017.  Por ahora, mientras el presidente electo termina de seleccionar sus principales colaboradores, lo que puede afirmarse con certeza es que viene un cambio significativo en la forma como los Estados Unidos interactúa con el resto del mundo. Hay un interrogante acerca de la magnitud del viraje esperado y de sus implicaciones.

El mensaje de felicitación de la Canciller de la República Federal Alemana, Angela Merkel, al presidente electo, es revelador. ‘Alemania y Estados Unidos están unidos por determinados valores: democracia, libertad, respeto por el imperio de la ley y la dignidad de los seres humanos, independientemente de su origen, color de piel, género, orientación sexual o puntos de vista políticos.’  Afirmó que Berlín se proponía colaborar estrechamente con la nueva administración ‘en base a esos valores.’  Esta inusitada advertencia por parte de una nación aliada refleja el desconcierto que comparten otros gobiernos occidentales respecto a las directrices futuras de la política exterior norteamericana.

Anuncios recientes del presidente electo sugieren que ciertas figuras retóricas extremas utilizadas durante la campaña electoral no deben interpretarse en sentido literal.  Los cambios de postura acerca de temas tales como el matrimonio igualitario, el acceso a los servicios de planificación familiar, la igualdad de género y el salario mínimo revelan el propósito oportunista de complacer a diferentes auditorios.  Pero hay dos implicaciones del eslogan America First, que corresponden a convicciones arraigadas del presidente electo: una, de tipo geopolítico; y otra, relacionada con el comercio internacional. 

Donald Trump considera que el esfuerzo que hacen los Estados Unidos por sostener la estructura del sistema internacional vigente no se justifica, a la luz de una definición restrictiva del interés nacional. Una política exterior consecuente con esa premisa implicaría abstenerse de participar en iniciativas colectivas cuyos beneficios tangibles para Estados Unidos no fueran evidentes. Este enfoque coloca en tela de juicio los lineamientos de la política exterior norteamericana de los últimos 70 años, cuyo propósito ha sido establecer un ordenamiento internacional en materia de seguridad y de cooperación económica.  Esto explica la inconformidad de Trump con la OTAN, con los acuerdos contra la proliferación nuclear, los compromisos de defender al Japón y a Corea del Sur, y las obligaciones que se desprenden de la participación en la Organización Mundial de Comercio.  

El presidente electo tiene una concepción mercantilista del comercio internacional.  Lo entiende como un enfrentamiento entre adversarios, en el cual hay un ganador y un perdedor.   Por lo tanto, un déficit en la balanza comercial tiende a equipararse con una derrota, cuando no como una agresión por parte de la nación superavitaria.  

No obstante, la incertidumbre que rodea el inicio de la nueva administración, es previsible que estará caracterizada por dos cambios que tendrán repercusiones mundiales: un menor compromiso con el orden internacional y un mayor proteccionismo.
 

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