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Es el último mes del año, y tiene la peculiaridad de ser todo menos tranquilo. Mientras enero nos sorprende con nostalgia, resacas y cuentas por pagar, diciembre se toma muy en serio su papel de “evento de clausura”. Es el mes en que empresas, empresarios y empleados hacen sus mejores esfuerzos por cumplir, y ojalá exceder, las metas; los estudiantes emprenden su último sprint para celebrar su libertad con viajes; y los comercios se frotan las manos, esperanzados en una buena racha gracias a consumidores ávidos de detalles para sus seres queridos.
Desde el primer día del mes, se siente una energía especial que combina ansiedad, alegría y estrés. Surgen interminables listas de regalos, cenas, abrazos, viajes y, claro, propósitos para el próximo año, que empezaremos a incumplir desde el 2 de enero.
En términos de festividades, diciembre podría ser el mes más ajetreado del calendario. Entre el 1 y el 31, se celebran el solsticio de invierno, el Día del Cortador de Galletas, el Día de las Luces Navideñas, el Día del Libro de Navidad, el Día de la Virgen (o de las Velitas), el Día de la Virgen de Guadalupe, los nueve días de las Novenas de Aguinaldos o Posadas, la Navidad, el Hanukkah, el Kwanzaa, el Día de los Santos Inocentes y, por supuesto, el Año Nuevo.
Arranca frenéticamente con la decoración de casas y oficinas, lo que suele convertirse en una batalla campal con luces que nunca funcionan y un pesebre surrealista al que siempre le faltan figuritas porque el hijo, el nieto, el gato, el perro o algún "rey mago" se las llevó el año pasado.
Diciembre también es el mes del tráfico imposible, agravado por la venganza de los burgomaestres con ciclovías y peatonales que complican aún más los días en que los centros comerciales están atiborrados. Mientras tanto, los vendedores en medio del frenesí se esfuerzan por cumplir metas de ventas, y otros corren contra el reloj cerrando informes, como si la economía mundial dependiera de ellos. Y no olvidemos las perversas fiestas empresariales: donde si UD cree que le fue bien, seguro está en un problema.
Pero no todo es estrés, diciembre también trae consigo un aire refrescante de esperanza, una excusa perfecta para abrazar a alguna persona o decirle cuanto la quiere, y para regalar sonrisas como si fueran caramelos o viceversa. Es el mes en el que, de repente, todo parece más posible: reconciliarse, ser más generosos y hasta pensar en recuperar tradiciones familiares, esas que abuelos y padres tanto valoran.
Sin importar el credo, diciembre también es tiempo de reflexión. Entre buñuelos, natillas, pasteles y copas de vino, conectados con los aromas únicos de la Navidad, hacemos balance de lo vivido. Repasamos nuestras victorias y nos perdonamos por las derrotas. Al final, diciembre nos recuerda lo esencial: amor, paz y la verdadera magia de este mes.
Incluso aun cuando el mundo enfrenta odio, guerras y corrupción sin precedentes, el mensaje de la Navidad es el más relevante para la humanidad. Celebra la llegada del Hijo de Dios, Jesús, quien vino a traernos amor, alegría y esperanza, valores que los líderes del mundo necesitan con urgencia para enfocar sus acciones en la paz, el desarrollo y la dignidad humana.
Así que, ¡bienvenido, diciembre! Haz lo tuyo: llena nuestras vidas de carreras, carcajadas en familia y amigos, y un poquito de caos. Porque, al final, nada sabe mejor que cerrar el año con el corazón lleno de fe, ilusión, optimismo, generosidad y sueños de un futuro mejor que está por venir.