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Analistas 12/10/2015

Sí, uno puede cambiar de opinión

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Realmente es bastante triste. Kinsley es un tipo muy inteligente, y resulta ser que fue él quien me dio mi gran oportunidad en el periodismo en 1996 al contratarme para escribir para Slate cuando era editor. Pero ahora, como comentarista, es prisionero de la estupidez.

He visto este fenómeno muchas veces, principalmente en el mundo de la economía, pero también en otros campos como la ciencia climática. Alguien que tiene fama de inteligencia ve, por ejemplo, la macroeconomía, y se imagina que tiene el suficiente ingenio para opinar; sin comprender que se trata de una disciplina técnica y que no tiene ni idea de lo que está hablando. Y, por algún motivo, escoge el lado equivocado de la discusión.

Pienso que, más que cualquier otra cosa, a Kinsley lo motivó ese estilo “contradictorio” de New Republic/Slate: “Bernanke y Krugman quizás actúen como expertos, pero voy a demostrar mi inteligencia adoptando la postura contraria”. Para alguien como el analista financiero Cliff Asness, la motivación fue muy probablemente el fraude de la afinidad: los inflacionistas sonaban como su tipo de gente, y no se dio cuenta que estaban pregonando estupideces.

Entonces, ¿qué hay que hacer cuando se vuelve claro que efectivamente uno escogió el lado incorrecto? Se podría admitir que uno se ha equivocado y revisar su visión del mundo, como lo hizo Narayana Kocherlakota, presidente del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis. Pero tal humildad es muy rara. La gran mayoría de la gente que descubre haber pronunciado un argumento indefendible responde como lo ha hecho Kinsley, redoblando la apuesta e intentando defender lo indefendible; y enojándose cada vez más y más con la gente que les advirtió que estaban equivocados.

Triste.

Jeb se vuelve Galt

Esto, tomado de Think Progress, es increíble: “’Pienso que la izquierda quiere un crecimiento lento porque eso significa que la gente sea más dependiente del gobierno’, dijo [Jeb] Bush a Maria Bartiromo, de Fox Business”.

Recuerde, Bush es el candidato de la clase dirigente republicana para la nominación presidencial, y piensa que está viviendo en “Atlas Shrugged”.

Predicciones inflacionarias

En un artículo para The Atlantic publicado en 2010, el comentarista político Michael Kinsley pronosticó que conforme Estados Unidos se recuperara de la recesión, podría enfrentar la perspectiva de una inflación descontrolada.

Según su opinión, el creciente nivel de deuda de la nación eventualmente llevaría al país al borde de la hiperinflación y crearía, como lo dijo Kinsley, “una historia de desastre del mismo nivel que el Huracán Katrina, si no es que del mismo 11 de septiembre”.

Para 2012, mientras la tasa de inflación en Estados Unidos permanecía baja para los estándares históricos, Kinsley reiteró en una columna para Bloomberg View que “habrá una feroz tormenta inflacionaria en los próximos años”.

Desde la predicción de 2012 de Kinsley, la inflación ha caído aún más, de 2.6 por ciento a 0.2 por ciento en agosto pasado. En septiembre, Kinsley declaró a Matt O’Brien, un comentarista de The Washington Post, que aunque concedía que la inflación no había aumentado, advertía que “muchos liberales habían adoptado la opinión de que más inflación de hecho sería buena”, actitud que comparó con querer que “la polio rebote a un ritmo más sano”. La idea, dijo, suena a locura.

Los puntos de vista de Kinsley contrastan marcadamente con los del Narayana Kocherlakota, presidente del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis, quien también estaba profundamente preocupado en 2011 por la amenaza de la inflación. Siendo uno de los “guardianes de la inflación” más prominentes de la Fed en ese entonces, Kocherlakota sostuvo que el banco central debía restringir sus esfuerzos para estimular la economía porque el desempleo de la nación era de naturaleza estructural, y mantener muy bajas las tasas de interés durante mucho tiempo simplemente atizaría la inflación, sin crear empleos.

Sin embargo, en 2012, Kocherlakota cambió su postura en respuesta a nueva investigación macroeconómica, y durante los últimos años ha sostenido vigorosamente que la Fed debería hacer más para elevar la inflación y estimular el crecimiento.

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