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Analistas 14/03/2022

Desinformación: la otra guerra del siglo

Núria Vilanova
Presidente de ATREVIA

El terremoto geopolítico provocado por la guerra de Ucrania nos obliga a reflexionar sobre un riesgo que el nuevo ecosistema digital ha aumentado: la desinformación, la manipulación y sus efectos en la opinión pública. Un estudio conjunto desarrollado el año pasado en España entre Oxfam Internacional, Maldita y Atrevia sobre los discursos del odio que nos da las claves para desentrañar este fenómeno.

Veamos el punto de partida: dos de cada tres encuestados (67%) está preocupado por el impacto de la desinformación en la vida real y uno de cada dos (54%) afirma que hay tanta desinformación en la sociedad que “ya no me creo nada”. Un 55,3% indica que la información que recibe no le hace cambiar su opinión política o social (55,3%) y un 50,3% señala que nunca accede, o como mucho una vez por semana, a noticias de medios, organizaciones o personas no afines en opinión.

Así, se da la paradoja de que en el momento de la historia en que más información recibimos, la mitad de la sociedad afirma haberse vuelto incrédula. Comportamientos que resultan todavía más inquietantes cuando solo una de cada tres personas (32,3%%) se siente capaz de diferenciar lo que es real de lo que es mentira. Y hasta un 78% no es consciente del riesgo de que las imágenes o videos de las redes sociales estén manipulados.

Un diagnóstico preocupante, frente al cual tenemos dos opciones: limitar la libertad de expresión en las redes o apostar por educar a los ciudadanos en un uso inteligente de estas fuentes de información.

En un primer paso podemos favorecer la creación de espacios de información segura o fomentar normas de convivencia que dificulten que comportamientos no permitidos en otros espacios compartidos se admitan las redes. Cada uno de nosotros -personas, empresas o instituciones- debemos ser responsables de lo que comunicamos, y también de los estados de opinión que generan los mensajes que emitimos. Sobre todo, cuando la inmediatez de su difusión provoca estados emocionales compartidos y, en muchas ocasiones, polarizados.

No podemos evitar los intentos de manipulación y desinformación, pero sí tratar de descifrar esas dinámicas; las narrativas sobre las que se construyen y los sentimientos que generan en quién los asume. Hay cuatro indicadores que nos ayudan a valorar esos efectos.

1. Permeabilidad de las narrativas, o las diferentes visiones de un mismo hecho. Por ejemplo, mientras en gran parte del mundo se habla de la guerra de Putin, en Rusia se justifica la acción militar por la ‘nazificación’ de Ucrania.

2. Centralidad, que es la extensión que alcanza la narrativa entre las personas, para lo que es fundamental estudiar las fuentes de emisión y su difusión.

3. Credibilidad, referida al hecho comprobado de que cuánto más se repite una noticia, más gente la da por verdadera.

4. Influencia, que es el ejercicio de vincular la narrativa, como puede ser la necesidad de enviar ayuda humanitaria a Ucrania con la realidad que es cuánta gente lo está haciendo realmente.

Apostar por realizar estudios aplicando esta metodología permite construir estrategias para frenar la desinformación y la manipulación. Sin embargo, los hechos son que la Unión Europea ha desconectado las emisiones de Sputnik o Russia Today, mientras que Rusia ha cortado el acceso a diversas redes sociales, como Facebook, y veta la presencia de medios internacionales.

En definitiva, controlar el relato y la opinión pública siempre ha sido un arma esencial en todas las guerras. Sin embargo, en el siglo XXI combatir la manipulación y la desinformación se desarrolla en un nuevo frente: las redes sociales.

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