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Me siento en uno de esos días en los que por alguna razón el corazón nos llama a recapitular momentos de nuestra existencia. Es como si tuviéramos esa obligación espiritual de rendirnos cuentas sobre la vida que hemos vivido, mirarnos al espejo, tomar una pausa o simplemente dejar que los recuerdos nos hablen a través de una foto que aparece por casualidad en nuestro celular o una sensación en el estómago que nos abre un vacío que debemos explicar.
Es la solicitud de un informe personal de resultados que aparece de manera sutil cuando nos cuestionamos con firmeza sobre lo que hemos hecho en el tiempo.
La vida tiene una característica cíclica por naturaleza. Y es a través de los ciclos que evolucionamos, aprendemos y crecemos. Yo entiendo este proceso como la sucesión de hitos que nos marcan, que son puntos de quiebre en los que hay cambios radicales, situaciones difíciles y desafíos que nos retan y nos mueven el piso. Son pequeños escalones que vamos tomando hacia una versión más consciente.
Lo que cobra más sentido para mí y es algo que he aprendido con la práctica espiritual, es que en la medida en que somos más conscientes y nuestra mente está más despejada podemos conectar de una manera más atenta con esos pequeños llamados que nos hace la existencia para recapitular. Llamados que aparecen no sólo en los momentos difíciles o de crisis sino también en aquellos hitos de la existencia que nos marcan y nos desvinculan del modo de piloto automático para mirar con mayor curiosidad lo que sucede en nuestra vida.
En términos cronológicos las décadas representan conteos de tiempo que son significativos en la existencia pues permiten acumular experiencia y dar pasos significativos hacia la evolución. Diez años son un período de tiempo suficiente para observar cambios, aprendizajes y transformaciones profundas. Para mi esta última década de la vida ha significado una revolución personal en donde pasé de estar casada y con hijos a salir del guión de la existencia para reencontrarme conmigo misma.
Rupturas, cambios fuertes en una vida planeada con minuciosidad e incertidumbre son algunos de los aspectos que he tenido que experimentar. Un detalle curioso: los antiguos griegos hablaban de la vida en “hebdomades”, ciclos de siete años. Para ellos, cada septenio traía una transformación vital, física o espiritual.
Una ruptura puede vivirse como el derrumbe de una casa donde habías habitado por años. Al principio solo caen ladrillos, luego techos enteros. Y en medio del polvo aparece un terreno baldío. Ese vacío duele, pero también es espacio fértil para construir algo más liviano, más tuyo. La sabiduría que aparece con los años se adquiere al escuchar con atención las señales del camino.
Para esto necesitamos curiosidad, apertura y vulnerabilidad pues muchas veces los mensajes no son los que necesariamente queremos oír y los desafíos aquellos que esperamos vivir. Todo esto hace parte del unísono de ciclos de la existencia que están allí para llevarnos a crecer y evolucionar.
Hoy en esta rendición de cuentas personal puedo decir que en esta reciente década que he vivido he tenido más cambios que en el resto de mi vida. Una suerte de llamado a regresar a mi como mujer, a mi propósito, a mi esencia y a mis sueños. Muchas veces la divergencia de caminos nos aleja de lo que estamos llamados a ser.
El tiempo no es un río lineal, sino una espiral que nos devuelve a la esencia, cada vez con mayor profundidad. Lo importante es saber que la verdad de lo que somos jamás se desvanece así decidamos ocultarla o sólo olvidarla detrás de las obligaciones y expectativas impuestas por la cultura y la sociedad.
Llega un momento en el que la propia esencia latente se despierta de nuevo para llevarnos en el camino de regreso hacia lo que verdaderamente estamos llamados a ser. Sentimos que algo no está bien y las señales como la tristeza, la nostalgia, la ansiedad o la apatía son aquellas mensajeras que nos llaman a despertar. También las rupturas y desafíos nos llevan a tomar decisiones para movernos de lugar.
Esta década me enseñó a rescatarme, reconocerme, cultivarme, conversar, poner límites, estar presente y sostener lo difícil. He aprendido a ver las décadas no como calendarios cumplidos, sino como umbrales de transformación.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente