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Analistas 26/05/2021

País de pobres

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

Qué equivocados están muchos cuando hablan de empresarios y lo asocian a personajes ególatras, encerrados en sus oficinas, aprovechándose de sus lacayos, enriqueciéndose mientras oprimen a sus trabajadores, insensibles, codiciosos, capitalistas despiadados e inescrupulosos. En un país como Colombia, nada más alejado de la realidad. Acá ser empresario es un ejercicio de resiliencia y de valentía. Se trata de superarlo todo: desde la infinita burocracia, hasta la altísima carga impositiva, las extorsiones de actores armados, la inseguridad y la amenaza de orden público; ahora también deben sobreponerse a la pandemia y por si fuera poco a eternas semanas de protestas, bloqueos y saqueos.

Ser empresario y no morir en el intento es para valientes. Según un estudio de Global McKinsey son más las probabilidades de fracasar que las de sobrevivir: cerca de la mitad de las pequeñas y medianas empresas del país se quiebra después del primer año y solo 20% resiste al tercero. Un empresario es simplemente alguien como usted, como yo o como cualquiera de los que hoy se toman las calles, pero que un día creyó en que él era el responsable de hacer realidad su propio sueño - él y no el Estado benefactor-, una persona que lo invirtió y lo arriesgó todo para hacer realidad su proyecto. Y no es ni siquiera el propósito egoísta de beneficiarse solo: una empresa es todo un ecosistema de bienestar. De un solo empresario pueden depender directamente cinco familias como en el caso de una cafetería o panadería, o pueden depender 50.000 como con uno de los grandes bancos del tan impopular sistema financiero.

Son los empresarios los grandes generadores de empleo, los que pagan impuestos, los que empujan los indicadores económicos, los que hacen que una familia pueda salir adelante, los que crean la marca país. Las empresas no son, como equivocadamente algunos señalan, un apellido: los Ardila, los Sarmiento los Santodomingo. Las empresas son los miles de trabajadores que mueven la compañía y las miles de familias que dependen de ellas. mejor dicho, sin empresas no hay empleo formal; y sin empresas y con desempleados, no hay impuestos ni ingresos para un Estado. La ecuación, que empezó con la quiebra de compañías, termina con un país pobre, una economía arruinada y, sin lugar a vacilaciones, un sistema represivo.

Es paradójico porque hoy una de las principales preocupaciones de quienes salen a manifestarse es el desempleo. Pero están extinguiendo sus propias posibilidades: si quieren un trabajo formal deben ser contratados o por una empresa privada o por una entidad estatal y si su condición es “independiente” quizá ellos mismos sean empresarios. Por eso es más que insensata la sevicia con la que atacan locales comerciales, sedes de bancos, supermercados o bloquean carreteras. No se entiende porque celebran como un triunfo que se pierdan cargas completas, se mueran pollos, reses y se desperdicien miles de toneladas de alimentos. Las protestas perdieron la conciencia, saben qué quieren, pero no entienden como están peleando por ello; son ciegos frente a la cadena de destrucción desatada. Reclamando por derechos como empleo, salud y educación están acabando con el principal factor de riqueza en el país: la empresa privada. Así solo se escribirá un final: el de un país de pobres.

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