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Analistas 03/12/2025

Las noticias del 2025

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

La agenda de nuestro país volvió a escribirse entre letras oscuras. No hubo tregua. Cada semana parecía un capítulo nuevo de una tragedia extendida: asesinatos, corrupción, violencia. Y aunque ya estamos entrenados para resistir, este 2025 nos dejó una certeza incómoda: la de que estamos caminando peligrosamente hacia la normalización de lo inaceptable.

Arrancamos con una crisis humanitaria que estremeció al Catatumbo y que terminó en el desplazamiento masivo más grande registrado en la historia reciente del conflicto colombiano. Familias enteras huyendo con lo puesto, niños caminando entre el miedo y el barro, comunidades condenadas a repetir la historia que juramos no repetir. ¿En qué momento un país se acostumbra a que miles de personas pierdan su hogar en un solo día?

Después vino la cadena de escándalos que nos devolvieron la sensación de estar atrapados en un laberinto de impunidad. La Unidad Nacional de Gestión del Riesgo volvió a ser protagonista, esta vez con la comprobada complicidad de funcionarios que facilitaron la huida de Carlos Ramón González, mientras dos exministros Ricardo Bonilla y Luis Fernando Velasco fueron imputados.

A esto se sumó un golpe histórico: la descertificación de Colombia tras tres décadas de lucha contra el narcotráfico. Una decisión que no solo hirió el orgullo institucional, sino que incluyó al presidente, a su familia y a su círculo más cercano en la lista Clinton.

El escándalo de Juliana Guerrero, aspirante a viceministra de Igualdad, expuso otra herida: la ligereza con la que se pretende administrar el poder. Documentos falsos, historias inconsistentes, un mar turbio de trámites improvisados. Un país donde se juega con los cargos públicos como si fueran fichas de un ajedrez que no admite consecuencias.

Y como si no fuera suficiente, la filtración de información a las disidencias de alias ‘Calarcá’ desde las más altas esferas del gobierno puso en evidencia que hay manos dentro del Estado trabajando para que un grupo criminal siga asesinando uniformados, secuestrando civiles y sembrando terror. La institucionalidad perforada desde adentro. Un Estado vulnerado en su médula.

A esa fractura se sumó otro hecho sin precedentes: por primera vez en la historia, una campaña presidencial fue sancionada por financiación irregular y por violación de topes. La democracia, otra vez, como terreno en disputa y no como pacto sagrado.

Y entonces ocurrió lo que para mí es, sin duda, la noticia más dolorosa e impactante del año: el asesinato de Miguel Uribe Turbay. Un crimen político que no solo arrebató a un líder joven y preparado, sino que estremeció la conciencia nacional. Un golpe directo a la esperanza, a la idea misma de futuro. Ese día comprendimos que la violencia política no es un fantasma del pasado: está viva, respira entre nosotros y reclama sus víctimas.

La pregunta que me hago y que deberíamos hacernos todos, es si nos acostumbramos. Si para el 2026 ya nada nos va a doler. Si permitiremos que el próximo año sea peor, pero ya con la anestesia del que prefiere cerrar los ojos o dar la espalda.

Este país se está destruyendo y no solo por las tragedias a las que sobrevive, lo hace sobretodo por indiferencia de quienes no las viven. Por una sociedad civil débil, agobiada, cansada y que cayó en el letargo, el silencio y la ceguera.

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