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La postura de Estados Unidos frente a la guerra en Ucrania ha revelado una paradoja en su estrategia global: mientras supuestamente busca aislar a Rusia restringiendo el apoyo a Kiev, al mismo tiempo evita llevar su enfrentamiento con Moscú al extremo, consciente, quizá, de que empujar demasiado a Rusia podría generar un eje estratégico más sólido con China. Eso es lo único que explicaría con cierta lógica, la actitud desobligante de la administración Trump con Zelensky: que, tal vez, como muchos apuntan, Washington entienda que el efecto del apoyo a Ucrania sería una “inevitable” alianza militar formal entre Rusia y China.
Sin embargo, en la parte final de la ecuación, Trump termina por despreciar los efectos de otra guerra, una que él mismo está provocando, la arancelaria. Quiere apaciguar Europa, pero alienta otra batalla que le será aún más costosa. Mientras en el frente ucraniano busca aislar a Rusia de China, en la guerra comercial está justamente acercando al resto del mundo al gigante asiático. Las restricciones impuestas a productos tecnológicos, los aranceles y las sanciones económicas contra Pekín obligarán a China a buscar aliados en otros países que seguramente terminarán aceptando la invitación porque temen quedar atrapados en una economía dominada por las reglas impuestas en la Casa Blanca. Gobiernos en América Latina, África, el Sudeste Asiático e incluso Europa podrían encontrar en China un socio comercial dispuesto a invertir, ofrecer financiamiento y abrir mercados, en un momento en el que las políticas estadounidenses generan más incertidumbre que estabilidad.
Además, la revancha comercial de China no se hará esperar. Este ciclo de represalias y contra-represalias puede sumergir la economía global en una espiral de inestabilidad, frenando la inversión y el crecimiento a nivel mundial.
Y lo peor de todo es que la guerra comercial no para en China, todo indica que apunta al resto del mundo. Hoy estamos con la expectativa de que se impongan aranceles a todos los productos agrícolas incluyendo los colombianos. Y aquí volvemos al mismo punto: si es verdad que el gran temor de Trump se llama “China”, esto en lugar de debilitar a su enemigo, lo fortalecerá. Si Estados Unidos impone sanciones y restricciones a sus aliados y socios comerciales, estos países tienen que buscar alternativas y China, con su estrategia de expansión aparece como primera opción para economías desesperadas por llenar los vacíos que deje Estados Unidos.
Y aún, si la amenaza de los aranceles es simplemente eso, “una amenaza”, los países ya están advertidos, saben que su única oportunidad para reaccionar ante un líder inestable e impredecible es diversificar las relaciones económicas y depender menos de esa potencia.
En lugar de alimentar una guerra comercial, Washington debería centrarse en construir alianzas económicas sólidas con sus socios tradicionales y emergentes. De lo contrario, podría terminar debilitando su posición y aislado en un proteccionismo insostenible a largo plazo. Mientras tanto China aprovechará la tentadora oportunidad, se consolidará y creará una red global de aliados comerciales que no en mucho podrían estar alineados, también, política e ideológicamente.