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Analistas 15/01/2020

La concejal y la cucaracha

Los fanáticos muchas veces no parecen ser lo que son. Detrás del burka puede haber una mujer con un chaleco de dinamita atado al torso; el juicioso estudiante de marxismo no tiene remordimiento cuando pone una bomba en un bus y el nacionalsocialista se regocija cuando quema libros.

La recién elegida concejal de Bogotá, Andrea Padilla, también parece una buena muchacha. Según un perfil suyo publicado el año pasado en el medio digital “Cartel Urbano”, desde sus 23 años, cuando apenas se había graduado en psicología en la Universidad Javeriana, la señorita Padilla decidió que su vida serían los animales. Primero se contactó con PETA y luego, según su propia confesión, con el Frente de Liberación Animal, una organización clandestina internacional cuyos miembros han sido acusados por el FBI de eco-terrorismo. Al ver los videos que le envío PETA, la concejal Padilla tuvo una epifanía que la hizo “odiar a la humanidad” y que la llevó a la acción directa.

Abandonó la Asociación Defensora de Animales (ADA) porque “las reuniones eran con un montón de viejitas cuyas preocupaciones eran los perros y los gatos” y se empleó con Roberto Sáenz, concejal y hermano de alias “Alfonso Cano”, para apoyar a la “Bogotá Humana con la Fauna” durante la administración Petro.

Andrea considera que el fin último de su lucha es “liberar” a todos los animales “cautivos”, es decir prohibir las mascotas, la actividad pecuaria y la pesca. En consecuencia, también busca criminalizar el consumo de alimentos que contengan proteína animal, aunque se requiere algo más que un acuerdo del Concejo de Bogotá para reversar medio millón de años de evolución del homo sapiens como criatura omnívora.

Hace unos días en un debate de Semana en Vivo sobre la tauromaquia, la concejal Padilla mostró sus verdaderas intensiones, esas que aterran a la gente común cuando reconocen que debajo del burka está la dinamita y que la amable señora que tienen al lado los va a volar en mil pedazos. “Si hay un incendio a quien salvas ¿a un niño o a la cucaracha?”, le preguntó María Jimena Duzán a la concejal Padilla. Era una pregunta fácil, que Andrea no supo responder. La audiencia quedó estupefacta.

El problema no es que tengamos concejales extremistas –para Andrea evidentemente una cucaracha y un niño son lo mismo– el problema, como lo dijo hace unos días Germán Andrade, uno de los ambientalistas más serios del país, es que “el animalismo […] se opone al uso sostenible de la vida silvestre y al control de las especies invasoras. Pregona compasión sin ecología y justicia ambiental. Y es causa indirecta de la perdida de la biodiversidad”. No es dándole derechos fundamentales a las cucarachas como vamos lograr mitigar el cambio climático, ni sacar a millones de la pobreza, ni resolver los problemas de contaminación o falta de agua.

Lo que de verdad hay que liberar no son los perros y gatos del vecino, sino la agenda ambiental del país, secuestrada desde hace rato por los animalistas.

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