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Analistas 19/04/2023

Elogio de la medianía

Roberto Covaría, líder de la comunidad indígena Awa, dijo hace unos días que sacar petróleo de la tierra era “como sacar sangre” algo que, de continuar, “acabará la vida”. La cita hubiera pasado desapercibida si no es porque el presidente de Colombia la incluyó en su reciente discurso ante Naciones Unidas, donde además advirtió que la “única manera de salvar a la humanidad” no será sembrando bosques, como le proponen algunos, sino dejando de extraer hidrocarburos.

A la intelligentsia de izquierda le encanta citar la sabiduría de las etnias tradicionales para justificar sus posiciones políticas. Por alguna razón si la frase contiene alguna analogía críptica que invoque a la naturaleza esta parece tener más contundencia, como las enseñanzas del maestro Kung Fu al pequeño saltamontes.

Nada tiene que ver, por supuesto, “sacar sangre”, que es un tejido conectivo líquido que circula por las venas y arterias de los vertebrados, y extraer petróleo de la tierra, un líquido viscoso producto de la fosilización de materia orgánica hace millones de años, aunque es cierto que si seguimos produciendo emisiones de carbono al ritmo que lo hacemos en un par de décadas estaremos en serios problemas.

Puede que el uso de estos símiles en algunas situaciones sea útil para simplificar la comunicación de una idea. No todo el mundo entiende -ni tiene porque qué entender- las reacciones químicas que llevan a que el dióxido de carbono se desplace de sus reservorios activos y se concentre en la atmósfera causando el calentamiento global.

Pero en otras ocasiones las analogías son engañosas. Y no solamente lo son cuando se manipula la retórica de comunidades ancestrales. Decir, como ya se ha vuelto costumbre, que amerita una reforma al sistema de salud vigente “porque la salud es un derecho y no un negocio” puede que sea un buen slogan para ganar elecciones, pero no es, claramente, una fórmula adecuada para diseñar una política pública.

La realidad es complicada. Gobernar es complicado. Las decisiones de política pública son complicadas. Rara vez hay soluciones de talla única; en la mayoría de las ocasiones hay que sopesar los costos y los beneficios de una decisión. En democracia, sobre todo, los resultados son consensuados y, por lo tanto, incompletos y parciales. El cambio siempre es incremental. Reformar el sistema de pensiones o construir un oleoducto en, digamos, los Estados Unidos o en España, es bastante más difícil que hacerlo en la China.

Los colombianos con nuestra perene -y ahora, providencial- medianía siempre hemos rechazado los extremos ideológicos. Ni mucho que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre parece ser nuestro mantra nacional. En ese sentido el centro político no solamente no está muerto, sino que está más vivo que nunca. Ya lo verán.

El actual gobierno entenderá, a las buenas o a las malas, que el nuestro es un sistema constitucional, ese de la democracia liberal, donde todo se discute y donde nada se impone. Y donde los resultados siempre dejarán a unos y a otros algo insatisfechos, como suele ocurrir en las buenas negociaciones.

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