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A estas alturas siguen resaltándose posiciones particulares en algunos de los candidatos a la presidencia del país, que comprometen una inminente renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. En realidad, si eso fuese tan fácil como lo expresan, carecería de sentido haber dedicado los años que se invirtieron en negociarlo. Tal vez para lanzar sus propuestas, claramente populistas, se basan en que un día cualquiera el señor Donald Trump salió a decir lo mismo con México y Canadá (haciendo referencia al Nafta) y, simplemente, no hubo más opción para los segundos que renegociarlo. Sin embargo, esos son los “pequeños detalles” del inequitativo escenario global.
Ante las posiciones intransigentes de los poderosos, a los débiles no les queda otra opción que tratar de acomodarse de la mejor manera posible, procurando el mínimo de afectaciones a su integridad. Rememorando a Tucídides en su famosa Historia de las Guerras del Peloponeso, simplemente ante unas circunstancias como las expuestas “el fuerte hace lo que quiere, mientras el débil aguanta lo que puede”. Después de los agresivos anuncios del entonces presidente estadounidense, fue relativamente fácil para él forzar la renegociación y el Nafta (North American Free Trade Agreement) se convirtió en Usmc (United States, Mexico, and Canada Agreement). Diferente situación ocurriría si las inconformidades hubiesen sido expuestas por Canadá o México. Es casi seguro que poco o nada hubiera sucedido. Por tanto, pensar que Colombia le va a exigir a Estados Unidos una renegociación del Tratado de Libre Comercio y que éste lo va a aceptar en procura de subsanar las imperfecciones de la negociación inicial, es quimérico. Es probable que se acuerde entre los dos gobiernos hacer revisiones que permitan corregir algunos pocos asuntos en los que a Colombia no le va bien hasta ahora, pero pensar en renegociaciones es algo lejano a la realidad.
Ahora que se conmemoran diez años de haber cumplido una espera de otros cinco para que el acuerdo comercial entre ambas economías entrara en vigencia, se ofrecen diversos resultados de evaluaciones hechas a la implementación del tratado. Es decir, a quince años de haber negociado dicho acuerdo, pero sólo con una década en vigor, es pertinente visualizar resultados. El TLC entre estos dos Estados fue terminado de negociar en noviembre de 2006, pero sólo entró en vigor en mayo de 2012; con el pesar de haber perdido esos cinco años sin que los productores colombianos se prepararan a satisfacción para lo que se aproximaba.
Para no repetir lo que ya se ha dicho y escrito sobre lo bueno, lo malo y lo feo en el proceso de implementación del acuerdo, simplemente es bueno insistir en que lo esencial ante la aplicación de instrumentos como el que acá se analiza, es la comprensión de que no basta con esperar que otros hagan por uno; sino trazar desde cada posición planes de mejoramiento constante que permitan insertarse en tales dinámicas con algún relativo éxito. Ante un instrumento consumado, supremamente complejo de renegociar, la estrategia es estudiarlo a profundidad e insertarse en los potencialidades del mismo para tomar ventaja de ello.
En las dinámicas de comercio mundial, téngase o no un tratado que lo favorezca, se trata de un juego de ganadores y perdedores. Para estar del lado de los triunfadores, hay que prepararse, estudiar, entender de qué se habla y para qué pueden ser útiles los mecanismos ofrecidos por el sistema de comercio mundial. Es el llamado constante a los emprendedores, empresarios y comerciantes del país. A pesar de la mala atmósfera que se ha querido hacer al TLC con Estados Unidos, y de la desafortunada coincidencia de su implementación con una afectación estructural del comercio global, existe clara evidencia de resultados positivos y un potencial en el mercado de ese país para la economía colombiana que debe estudiarse cuidadosamente.