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Analistas 14/07/2025

Pateando el pensamiento

Lewis Acuña
Periodista

Hay ideas que solo florecen si se les da tiempo. Y por eso, en el fútbol actual, florecen tan pocas.

Un entrenador legendario como Herbert Chapman, hace más de un siglo, esperaba hasta el viernes para analizar el partido del domingo. No había cámaras ni software táctico, pero sí algo más raro: silencio. Silencio para pensar, no para reaccionar. Para decantar lo vivido, no para multiplicar la urgencia.

Hoy todo eso sería una excentricidad. Al entrenador moderno lo moldearon para tener respuestas, no ideas. La victoria tiene que ser inmediata. Y si no lo es, se cambia. Se le cambia a él.

Pep Guardiola vivió la excepción. Tuvo una temporada catastrófica. Lo que podía salir mal, salió peor. Se rompieron sus jugadores clave, colapsó el plan, colapsó el equipo. Pero la directiva hizo lo más filosófico que se puede hacer en tiempos de ansiedad: esperó.

Y el tiempo no curó nada. Pero enseñó. A eso se refería Lao-Tse cuando decía que el río es fuerte porque cede, no porque resiste. Guardiola no resistió. Se adaptó. Renunció a certezas viejas, cambió el cuerpo técnico, abrazó nuevas ideas. Una de ellas: asumir la lógica del gegenpressing alemán, esa presión voraz que parte de una idea existencialista -como Sartre, que advertía que somos lo que hacemos, incluso cuando perdemos la pelota. La otra: un nuevo estoicismo. Aceptar lo que no puede controlar. Poner orden en lo que sí.

Martí Perarnau ve en ese proceso una batalla de pensamiento. Como la que libraban los antiguos griegos, lanzándose ideas como piedras. Cruyff, Menotti, Valdano, Bilardo, Beckenbauer. Eran entrenadores, sí, pero también dialécticos. Usaban la cancha como un combate de ideas. Había táctica, pero también filosofía. El juego era una forma de pensar, más allá del resultado.

Ancelotti parece practicar el taoísmo sin nombrarlo. Fluye, cede, responde sin forzar. Unai Emery, en cambio, se parece más a Kierkegaard que a Mourinho. Su método parte de la angustia, pero no como parálisis, sino como camino de perfección. Heidegger y Maradona, sin parecerse en nada, comparten la convicción de que hay un único espacio sagrado donde el juicio no entra. Para uno, el pensamiento. Para el otro, la pelota.

Este es un ensayo plagado de anécdotas sobre fútbol escrito por alguien que dice no saber de filosofía. Tal vez por eso funciona. Porque no hay nada menos filosófico que quien pretende tener todas las respuestas, ni nada más apasionante que el valor de quien se atreve a preguntarse ¿en qué momento se deja de pensar en la pelota y se empieza a patear el pensamiento? Ese es el corazón del libro El fútbol y su filosofía. Grandes ideas detrás del juego, de Martí Perarnau.

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