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En su corazón, pareciera que Josh Hart tiene más amabilidad que millones en el banco. A su cuenta ingresan anualmente más de 20 millones de dólares de salario básico, sin contar contratos publicitarios que generalmente superan los sueldos de los jugadores de la NBA.
Tiene 30 años y esta es la segunda de cuatro temporadas por las que los New York Knicks le pagarán 81 millones, pero su verdadero valor está en la conexión emocional que ha forjado con los seguidores, no solo del equipo, sino de la NBA. Realmente se ha ganado su respeto, su admiración, pero sobre todo, sus corazones. Hace algunos días, en las semifinales de la Conferencia Este, volvió a demostrar porque, sin importar el resultado, es considerado siempre el campeón de la amabilidad. Un momento hermoso.
El juego era de visitantes ante los Celtics de Boston y terminaría 91-90 a favor de los Knicks. Josh Hart anotó 23 puntos y se llevó nuevamente todos los reconocimientos que caben en su 1.93 de estatura. Brillante. Pero su mejor momento le tomó 38 segundos antes del partido. Fuera de la cancha.
En el TD Garden, sede de los Celtics, los equipos estaban calentando. En ese momento solo había unos pocos asistentes que se agolpaban en las tribunas junto a la salida de los camerinos. Eran niños y adolescentes que seguramente habrían viajado los 350 kilómetros desde Nueva York para ver a su equipo. Josh Hart, que estaba en la cancha, se devuelve por su celular y en la primera tribuna, justo al alcance de sus manos, un niño que no supera los 13 años, le estira una camiseta de los Knicks y un marcador. Era ahora o quizá nunca.
El niño, con la boca abierta, los ojos de par en par y lo que parecieran lágrimas, ve cómo el jugador se acerca con determinación. Sabe que lo va a lograr porque ve cómo él estira su mano, pero, de repente, los dos bajan la cabeza en perfecta sincronía, viendo cómo el marcador imborrable se le cae al pequeño, justo antes de que su ídolo lo reciba para la firma. Se cae y rueda justo debajo de la tribuna, a donde el jugador que intenta recuperarlo no lo ve. Gira su cabeza en búsqueda de uno prestado, pero a su lado no hay nadie. Se escucha la voz de una mujer decir “pobre chico”. Hart sigue su camino, hay más niños con gorras y camisetas. En total firma siete y participa sonriente en cuatro selfis. En la esquina, atrás, el niño, ahora sujetado por su padre del borde del pantalón, trata de estirarse en vano por alcanzar el marcador. No lo logra. Un hombre adulto de seguridad se conmueve. Se arrodilla inútilmente para tratar de encontrarlo. Hart va de vuelta a la cancha. Nada que hacer, pero de repente, toma la camiseta del niño, que ahora sí llora, y se la firma. Había ido no solo a cumplir el sueño de los otros chicos, sino a pedir prestado un marcador permanente con que firmar la de él. Todos aplauden el gesto.
Kindfulness es amabilidad consciente contigo y los demás. “Kindfulness” es el libro de Ana Merlino que habla sobre ello. Aporta herramientas para transformar vidas, para lo cual quizá solo necesites 38 segundos para lograrlo.
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