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Analistas 29/06/2017

La humanización de los animales

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES
La República Más
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Hace más de 2.000 años el filósofo Protágoras decía: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Mucho tiempo y sangre corrieron para que los seres humanos tengamos derechos fundamentales.

Lo anterior es muestra no solo del racionalismo, sino de una profunda sensibilidad que guarda el ser humano y que en épocas recientes se ha intensificado. Dicho sentimiento ha llevado incluso a permear a nuestros seres cercanos, como lo son los animales. Es bien sabido que la naturaleza y con ella sus seres irracionales, fueron paulatinamente sometidos por el ser mas indefenso: el hombre. Durante siglos usamos y abusamos de ella y desde hace aproximadamente un siglo se viene naciendo conciencia de cuidarla y ser más condescendientes con los animales. Dicha conducta, correcta a primera vista, lleva a utilizar de mejor manera los recursos y a cuidar de ellos. El error viene cuando intentamos equiparar a dichos seres con el hombre y peor aún a intentar darles derechos similares.

Humanizar a un animal va contra su propia naturaleza. Tal sensiblería ha llevado frecuentemente, incluso a los hombres mas recios, a llevar perritos en coches para bebé en centros comerciales o a gatos que libremente pueden correr, encerrados en gimnasios artificiales y hasta con canales de tv para ellos. Dichas conductas, bien podrían pasar desapercibidas si no fuera porque sus activistas vienen exigiendo dineros públicos para sus entretenciones o “derechos”. En Bogotá, el Concejo aprobó $20.000 millones para el Instituto de Protección y Bienestar animal, también se aprobó la inversión de $30.000 millones para una consulta anti taurina; aquí van $50.000 millones de pesos en una ciudad donde diariamente niños se acuestan sin comer, donde roban incluso con violencia a diario, donde no hay vías ni metro.

Pero ¿Qué lleva a funcionarios técnicos como Enrique Peñalosa a tomar semejantes decisiones? Primero las presiones sociales; es bien sabido que las minorías, más si son de izquierda, saben hacer ruido; segundo es fácil caer en tentaciones populistas con causas de apariencia noble; tercero ante un mundo cada vez más sensible las causas animalistas ganan fácilmente adeptos. 

Hace unas semanas fue preocupante ver cómo el maltrato a un perro generó más polémica, movilizaciones y respuesta por parte de las autoridades, que la muerte por desnutrición de varios niños en la Guajira.

Los animales están para acompañarnos y hay que hacer buen uso de ellos; el error viene cuando el Estado comienza a intervenir a favor o en contra de esas prácticas “animalistas” pues indefectiblemente conlleva un aumento del gasto público. Los activistas deberían organizar de su bolsillo las causas por las que quieren luchar y dejar que la propia sociedad otorgue o niegue  ciertos “derechos”. Querer a los animales es correcto, humanizarlos es vulnerar su propia naturaleza.

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