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Tribuna Universitaria 24/09/2025

La economía naranja se destiñó

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES

En el gobierno de Iván Duque se habló mucho de la economía naranja, un concepto que buscaba impulsar a los emprendedores creativos y culturales como motor de desarrollo; La idea era sencilla: convertir el talento de músicos, cineastas, diseñadores, artistas y emprendedores digitales en nuevas oportunidades de empleo y crecimiento económico.

En el papel sonaba bien, incluso hubo una Ley Naranja y un Conpes dedicado al tema, pero la realidad fue muy distinta: El proyecto nunca logró afianzarse en el imaginario de los colombianos ni generar el impacto esperado, se quedó en discursos, campañas y logos, más que en hechos.

La llegada de la pandemia terminó por frenar lo poco que se estaba construyendo. Según cifras del Dane, en 2020 los ocupados en las actividades relacionadas con la economía naranja cayeron 10,9% frente al año anterior; En sectores como Artes y Patrimonio la reducción fue de 15%, y en las industrias culturales llegó a 16%.

A esto se sumó un problema de diseño: la política se concentró en las grandes ciudades y dejó por fuera a los municipios pequeños y regiones apartadas, donde no hay ni infraestructura cultural ni acceso confiable a internet. Para un joven en Quibdó o Florencia, hablar de emprendimientos creativos sonaba a discurso lejano, cuando su preocupación real era sobrevivir en medio de la pobreza o la violencia.

El actual presupuesto nacional tuvo un recorte de $28,4 billones para 2024, de los cuales $10 billones eran inversión; esa reducción golpeó directamente a sectores como la cultura y las industrias creativas, que dejaron de estar en el centro del discurso político. Los números muestran que no hubo consolidación, aunque en 2021 se habló de más de 500.000 empleos ofrecidos en actividades creativas, el impulso no se sostuvo. Los emprendedores se quejaron de trabas burocráticas, falta de recursos reales y desconexión entre los ministerios y la vida cotidiana de los creadores.

Curiosamente, muchos artistas y gestores culturales que se mostraron públicamente apoyando al actual gobierno lo hicieron con la expectativa de que habría un cambio profundo en la manera de valorar y respaldar su trabajo; Sin embargo, la realidad ha sido otra: este gobierno no diseñó ningún incentivo real para la cultura ni para las industrias creativas, a diferencia del discurso de la economía naranja, que al menos intentó crear un marco legal y una narrativa, lo que vino después fue el abandono silencioso de estos sectores.

Hoy, varios de esos mismos artistas están pagando las consecuencias. Se enfrentan a la reducción de presupuestos, a la falta de convocatorias, al cierre de escenarios y a la incertidumbre laboral. Muchos terminan dependiendo de subsidios locales o buscando salidas en otros países, porque la promesa de un apoyo estructural nunca se materializó.

La economía naranja no funcionó. No porque la creatividad no tenga valor, sino porque el contexto colombiano es distinto; Con enormes brechas sociales, problemas de seguridad y necesidades urgentes en salud, educación y vivienda, resulta difícil que un programa de este tipo se vuelva prioridad nacional. Además, cuando hay ajustes fiscales, lo primero que se recorta son los recursos culturales, y sin presupuesto, toda esa retórica de apoyar a la cultura se convierte en un lujo, no en una política de Estado.

Hoy queda la lección de que las ideas importadas o diseñadas en el papel no siempre encajan en nuestro contexto. Antes de hablar de industrias creativas globales, Colombia necesita cerrar las brechas básicas: de lo contrario, seguiremos recordando la economía naranja como un buen slogan.

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