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Analistas 31/10/2019

La bomba social

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES

Con sorpresa, las miradas de muchos países siguen lo que pasa en Chile: miles de personas destruyen todo a su paso reclamando derechos sociales y un país más equitativo. El presidente Piñera, ante la magnitud de las marchas, reversó varias medidas e intenta una reforma social que calme los ánimos enardecidos.

El origen de las protestas fue el aumento de unos centavos en el pasaje del metro que, sumado según la BBC, incrementaba en US$50 mensuales el transporte de los más necesitados. Este hecho fue el detonante y muchas personas salieron a protestar y a exigir cambios sociales, entre ellos, arreglar el tema pensional. Disturbios, saqueos, quemas del metro en Chile produjeron una crisis ministerial y el advenimiento de varias concesiones a los requerimientos, aun así, las protestas siguen y las exigencias suben.

Protestar se ha dicho es un derecho, pero recurrir al vandalismo y a exigencias desmedidas conlleva un interés político, que en el caso chileno pareciera es el gobierno. Mal hizo el presidente en salir a conceder lo pedido; bajo la violencia, las concesiones son extorsión y como se ve, aumentan.

Nada justifica la quema de los propios recursos, dañar el Transmilenio en Colombia o el metro en Chile para luego ver a los propios pasajeros a pie o en improvisados camiones es tan absurdo como si en el pasado se quejaran los trabajadores quemando las cosechas y al final padecieran fuertes hambrunas.

Sin embargo, todos estos hechos deben generar una reflexión sobre lo que está pasando con los problemas sociales en Latinoamérica; es fácil achacarle al gobierno todos los inconvenientes y exigirle solucionarlos, pero lo cierto es que la justicia social comienza por las propias empresas y de allí se derivan muchos de los reclamos; un empresario que le roba el salario a sus trabajadores, que atrasa los pagos, que roba las propinas y que se salta los compromisos en materia de salud y pensión, es un empresario que está sembrando la semilla del descontento y de las marchas y, como siempre pasa, el aparato productivo es quien primero sufre las consecuencias de la desestabilización y el vandalismo.

Al lado de todo el caos estamos a tiempo de evaluar la verdadera función social de la empresa; es fácil decir que el solo pago de impuestos cumple con la redistribución de sus ganancias, pero la realidad es que muchos de estos se evaden y los empleados, terminan siendo suiches reemplazables en la industria.

Un amigo empresario me contaba que duraba un año formando un buen trabajador y que su pérdida era un atraso de tiempo y dinero; por eso, era tan importante la fidelización con la empresa. Cuidar a los empleados y hacerlos sentir parte de la industria es una deuda pendiente de muchos. De seguir así, solo será cuestión de tiempo para que la bomba social termine estallando en todos los rincones de Latinoamérica.

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