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Tribuna Universitaria 28/11/2025

El mito del emprendedor criollo

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES

Colombia ha cultivado una fisonomía propia: la del “colombiano emprendedor”, el que “donde llega monta un negocio”. Ese ideal -presentado a veces con orgullo, otras con aspiración- evoca ingenio, audacia, resiliencia; pero la realidad muestra que muchas de esas historias de éxito no son más que rebusque disfrazado de emprendimiento: personas que emprenden no por vocación, sino porque no encuentran empleo formal, porque las oportunidades laborales son precarias o directamente inexistentes.

Aunque hoy el desempleo nacional ha caído -la tasa se ubicó en 8,2 % en septiembre de 2025, la más baja en años recientes- eso no significa que la inseguridad laboral haya desaparecido. Gran parte de quienes “logran empleo” lo hacen en condiciones informales: de acuerdo con datos recientes, más de la mitad de los trabajadores en Colombia -cerca del 55 %-56 %- están en actividades informales, sin contrato formal, sin seguridad social ni protección del Estado.

Eso no es “emprender”: es sobrevivir. Es vender pan en una esquina, poner un estanco, trabajar por cuenta propia, ofrecer servicios informales, “rebuscar”. Muchos micro-negocios, empujados por la urgencia, carecen de estructura, de estabilidad, de posibilidad de crecimiento real, no tienen garantías de ingresos, no cotizan salud ni pensión, viven a salto de cheque y sobreviven a la incertidumbre.

Así, el supuesto “boom del emprendimiento” muchas veces encubre un fenómeno estructural de precariedad: la economía informal funciona como colchón social -precario, inestable- para absorber el desempleo y la falta de oportunidades. Según cifras recientes, solo en 2025 hubo un gran aporte de empleo “no asalariado”, es decir, informal o por cuenta propia; son miles de personas que declararon ocupación, pero no un empleo formal.

El problema de fondo es que este “rebusque estructural” impide la acumulación de capital humano y social, castiga la productividad real y limita las posibilidades de desarrollo; cuando alguien vive al día, sin contrato, sin derechos, sin previsión, su horizonte es corto: lo esencial queda en lo inmediato, y emprender, en esas condiciones, deja de ser una apuesta a futuro para convertirse en un acto de supervivencia.

El discurso del emprendedor exitoso como motor del desarrollo oculta una economía dependiente de la informalidad, donde muchos sobreviven sin estabilidad y esa informalidad persistente impide que Colombia consolide un mercado laboral serio, con derechos, con empleo digno.

Si el país quiere que los emprendedores dejen de ser rebuscadores y se conviertan en empresarios reales, necesita una reforma tributaria orientada a la competitividad: menos impuestos para las micro y pequeñas empresas, tarifas escalonadas, eliminación de trámites innecesarios y un verdadero incentivo para dar el salto a la formalidad. No se puede exigir a un negocio recién nacido que pague como si fuera una multinacional, con impuestos más bajos, reglas claras y un sistema tributario accesible, miles de emprendedores saldrían de la sombra, cotizarían seguridad social, generarían empleo y contribuirían a una base fiscal más amplia y estable. La formalización no se impone a la fuerza: se conquista haciendo que formalizar sea más barato que permanecer en la informalidad.

Además, es fundamental fortalecer la educación técnica, la formación empresarial, el acceso al crédito justo, la simplificación de trámites, la asesoría profesional, y el acompañamiento de largo plazo a micro y pequeñas empresas.

El mito del emprendedor colombiano debe revisarse con honestidad; hay que separar el rebusque del verdadero emprendimiento, y empezar a construir un país donde emprender signifique crecer, no sobrevivir.

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