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Analistas 06/07/2017

Guardianes sin vigilante

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado
La República Más
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Al exdirector anticorrupción de la Dian lo acusan por corrupto. Al expresidente de la Corte Constitucional también lo están investigando. Al exsecretario de Seguridad de Medellín lo acusan de concierto para delinquir. La exauditora general de la Nación y el contralor departamental de Antioquia están enredados en los líos de corrupción del Hospital La María. En todos estos casos se trata de guardianes de lo público.
En las circunstancias actuales es bueno recordar la pieza maestra de Hurwicz, el premio Nobel de economía. El título de su texto es ¿Pero Quién será el Guardián de Guardianes? Para Hurwicz es inevitable que los guardianes tengan vigilantes porque el hecho de que sean guardianes no garantiza que cumplirán bien con su tarea. Adicionalmente, y es la pregunta más angustiosa, ¿cuántos guardianes de guardianes necesitamos? ¿Es posible encontrar un guardián de guardianes que sea puro e incorruptible? Hurwicz muestra que la necesidad de que haya guardianes que vigilen a los otros guardianes nace de la propia condición humana, así que no es un problema de países tropicales. La instancia de cierre, en cualquier sociedad, tiene dificultades intrínsecas.

Ante el desespero y el malestar que genera la corrupción, se recurre a caminos fáciles como: reunir firmas, publicar declaraciones con tono indignado, organizar seminarios, adquirir polígrafos, etc. Estos actos sirven para hacer catarsis y para ir creando conciencia sobre la importancia del problema, pero sería ingenuo pensar que estas medidas son la solución. Hurwicz propone ir diseñando mecanismos institucionales, sabiendo que las personas pueden hacer trampa. En un ejercicio continuo de ensayo y error se irán corrigiendo algunas de las desviaciones. La búsqueda de instituciones que nos protejan contra la corrupción es una tarea inacabada.

Mientras que en Bogotá los empresarios y el gobierno firman compromisos contra la corrupción, las minas ilegales parecen invisibles, y únicamente se hacen evidentes cuando se presenta una tragedia como la de Cucunubá. Las regulaciones se quedan cortas, y se autoriza el transporte de pasajeros a embarcaciones que no reúnen las condiciones técnicas mínimas, como sucedió en Guatapé. En ambos casos, el guardián asignado no responde y tampoco lo hacen sus jefes. Los malos guardianes son vigilados por pésimos guardianes de guardianes.

En medio de la alharaca en contra de la corrupción, la Dian informa que entre el 2015 y el 2017 los colombianos que tenían dineros ocultos en el exterior reportaron activos por valor de $19,3 billones, y pagaron una modesta sanción del 11,5%. El resultado fue un recaudo de $2,3 billones. Juiciosas y calladitas - como corresponde a las gentes de bien -, estas personas ricas se acercaron a la Dian después de que se filtraron los papeles de Panamá.

Puesto que los guardianes necesitan guardianes y, a su vez, es inevitable que estos requieran otros guardianes de guardianes, la lucha contra la corrupción es una tarea compleja, en la que nunca habrá un cierre de última instancia satisfactorio. No hay fórmulas. Los mecanismos institucionales se pueden ir corrigiendo si la razón pública y el debate colectivo comienzan por poner en duda medidas simplonas, como las firmas de actas y los polígrafos. Para un guardián tramposo el polígrafo es un juego, tal y como lo acaba de demostrar el exfiscal anticorrupción.

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