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Analistas 05/02/2018

La bendición del petróleo caro

Jonathan Malagón
Presidente de Asobancaria
JONATHAN MALAGON

Colombia tiene hoy en día varios elementos que le permitirían aprovechar un mejor precio del petróleo.

Cada vez son más las columnas de opinión y los apasionados comentarios en redes sociales donde se manifiesta una epidémica y muy irónica preocupación ante la reciente subida en los precios del petróleo.

Cándidos analistas y algunos humoristas ramplones van más allá y catalogan la valorización del crudo como una gran desgracia nacional. Como veremos, la alarma es excesiva y la desgracia no es tal.

Imaginemos un estudiante universitario de clase media y de últimos semestres que sueña con vivir de su profesión, pero cuenta con pocos recursos para financiar el resto de sus estudios. Imaginemos ahora que consigue un trabajo a término fijo, inciertamente renovable y de medio tiempo, pero tan bien remunerado que le permitiría pagar su universidad y ahorrar un poco.

Si el estudiante se obnubila por sus nuevos ingresos, abandona la carrera y malgasta su salario, al final de su contrato se encontraría a sí mismo sin profesión e incapaz de mantener el mismo nivel de vida que su trabajo le permitía financiar.

Para muchos, el ingreso laboral transitorio podría ser visto como una maldición. Pero ¿podría su desdicha ser atribuida a la oportunidad laboral? No. La culpa sería exclusivamente del estudiante, de su falta de planeación y determinación.

Algo similar ocurre en Colombia con el petróleo. La fuerte desaceleración de nuestro país tras la caída en el precio del crudo en 2013 hace pensar, a la ligera, que la culpa es efectivamente del hidrocarburo.

La desindustrialización, la pérdida de dinamismo del agro y la fuerte revaluación ayudaron a popularizar la intuición de la “enfermedad holandesa”, bajo la cual la expansión en las materias primas es la culpable de la destrucción de valor en los sectores tradicionales, como si existiera una muy trivial compensación sectorial donde unos ganan a costa de otros.

Pero la economía no es un juego de suma cero. La experiencia de varios países que han sorteado favorablemente situaciones similares demuestra que es posible convertir las bonanzas en ahorro nacional y en bienes públicos que permiten, a la postre, mejorar la competitividad de todos los sectores de la economía, sin que haya perdedores. Esa es la magia de la buena política económica.

En mi opinión, Colombia tiene hoy en día varios elementos que le permitirían aprovechar un mejor precio del petróleo. El más importante es, quizás, el aprendizaje. Veo muy difícil que la agenda de reconversión productiva se aplace por cuenta de un mayor precio del crudo, ahora que nuestras instituciones públicas, gremios y formadores de opinión han tomado lección de lo ocurrido. También hemos aprendido en el frente cambiario.

Con una inflación bajo control, un banco central pragmático no se ruborizaría al intervenir en el mercado de divisas procurando conservar un tipo de cambio competitivo y una cuenta corriente sin mayores desbalances.

Finalmente, está lo fiscal. Cada US$10 de mayor precio del petróleo alivian las finanzas públicas en cerca de $3 billones, lo que disipa la amenaza de una menor calificación del país y abre el espacio para realizar las reformas tributaria y pensional requeridas para garantizar la sostenibilidad de mediano plazo.

El futuro de Colombia no es el petróleo, pero una recuperación en su precio ayudaría a financiar un país más competitivo donde vivan mejor los industriales, agricultores, comerciantes e incluso los comediantes que hoy maldicen sus virtudes.

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