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Imaginemos que me acuesto a dormir y despierto, de repente, en la Colombia de 2070. Ya no tengo 19 años, sino 64, y el país, como yo, está envejecido.
El apartamento en el que vivo con mi esposo -si a esta diminuta habitación con cocina y baño se le puede llamar apartamento- mide apenas 16 metros cuadrados. A raíz de la baja natalidad, las pocas viviendas que se construyen son unipersonales. Salgo a la calle y conduzco mi carro eléctrico de dos puestos. Ya no existen de mayor espacio; para qué, si las familias numerosas desaparecieron. En el camino me sorprende ver que donde antes había colegios y jardines, ahora solo quedan hospitales, geriátricos y farmacias. Y aunque abundan los centros médicos, faltan médicos, medicinas y tecnología para atender a tantos ancianos.
Llego a la Clínica San Rafael. Busco la fila preferencial de adultos mayores y descubro que ya no existe. Cómo habría de existir, si uno de cada tres colombianos tiene más de 60 años. La fila preferencial ahora es la general. Cientos de abuelos esperan tirados en el piso, rogando atención, mientras el piso 4 -donde yo nací en mayo de 2006- ya no recibe neonatos: apenas reserva una pequeña sala para partos y ha convertido el resto en pabellones de cuidados paliativos.
Los pediatras se reconvirtieron en geriatras, y la vejez del país atrajo a miles de migrantes que se especializaron como cuidadores. El problema es que sus servicios resultan inalcanzables para una generación que aportó obligatoriamente toda su vida al sistema estatal de pensiones… pero nunca se pensionó.
Salgo de la consulta con varias fórmulas médicas en la mano y descubro que ese es el gran negocio del futuro: vender medicamentos a un país de viejos. Como el Estado no puede cubrir tanta demanda, hay farmacias por doquier. Donde antes se exhibían pañales y cremas para bebés, hoy abundan pañales y cremas para mayores.
Recojo a mi nieto para pasar un día con él. En el camino noto que donde había escaleras, ahora hay rampas; las discotecas y bares escasean. La economía entera gira en torno a la tercera edad. Tengo un solo nieto, hijo único. Quise llevarlo a un parque de diversiones, pero me enteré de que cerraron hace más de una década. Busqué un parque infantil y encontré solo espacios exclusivos para mascotas. Ya no hay lugares para niños, porque casi no hay niños.
Mi nieto estudia de manera virtual y su contacto con otros niños es casi nulo. La hermandad desapareció, porque son pocos los que tienen hermanos. Y con ella también se erosionó la amistad ¿Qué le espera a un país donde ya no existe la hermandad?
Esta es la Colombia de 2070: un país condenado, no solo por la falta de niños, sino por culpa de gobernantes que nunca quisieron adaptarse a la catástrofe demográfica (a propósito, el Dane acaba de confirmar que la natalidad cayó un 12% respecto a 2023. La peor caída de la última década). Políticos que dejaron a mi generación sin permiso para envejecer. Los gobernantes de 2025, que nos dejaron sin pensión, endeudados y con un modelo de salud colapsado, ya murieron. Pero mi generación sí está viva y pagará con creces los errores de su irresponsabilidad.