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ANALISTAS 13/08/2025

A mi abuelita

Jerome Sanabria
Estudiante
La República Más

Alguna vez escuché que quien tiene un abuelo, tiene un tesoro. Cuánta verdad en esas palabras. Mi abuelita, Miryam Flor -mi florecita rockera- es el mayor tesoro de mi vida. Y hoy, después de que lleva casi quince días en la UCI, quiero contarle lo agradecida que estoy con ella.

Mi abuelita ha sido el bastión de nuestra familia. A pesar de cientos de adversidades, ella sola sacó adelante a sus tres hijos, enseñándonos que, por más obstáculos en el camino, el esfuerzo y el sacrificio sí dan frutos. Es una mujer a la que admiro profundamente por berraca y luchadora. Desde niña vivió en precariedades inimaginables y, junto con sus seis hermanos, pasó su infancia trabajando en casas de familia para ayudar a mi bisabuela con el sustento del hogar.

Me resulta profundamente triste pensar que nunca vivió una infancia “normal”. Pasó hambre muchas veces y otras tantas tuvo que acudir a la caridad de los demás para poder comer. Cargó con el peso de ser una de las mayores entre sus hermanos. Y aunque fueron muy pocos los años que compartí con mi bisabuela -a quien honro, amo y respeto-, estoy segura de que esa fortaleza frente a las adversidades la heredó de ella.

Aunque solo pudo cursar la primaria, se encargó de que sus hijos estudiaran y pudieran superarse. Para eso trabajó incansablemente desde oficios varios como hacer joyería hasta desempeñarse en servicios generales.

Hoy es la primera vez que su historia se cuenta en voz alta, y, abuelita, no hay nada de qué avergonzarse por haber trabajado honradamente para sacar a tu familia adelante.

Desde que tengo memoria, mi abuelita ha estado en todos los momentos de mi vida. Me cuidaba cuando era bebé, me recogía del jardín, me hacía peinados y trenzas hermosas, me preparaba las onces más ricas del mundo y mis almuerzos preferidos. Me consentía -y también me regañaba cuando me portaba mal-, y aunque no me siento orgullosa de ser la nieta que más dolores de cabeza le ha dado, sé que esos regaños siempre fueron con amor.

Ha sido mi confidente, la que me cuenta anécdotas envueltas en carcajadas, quien me recogía todos los días del colegio, la que sale a marchar conmigo, que lee mis columnas y, aunque nunca le gustaron los gatos, hoy es la abuelita más hermosa que mi gato podría tener.

Hoy más que nunca me aferro a la esperanza de que el sistema de salud no nos defraude, y que le brinden a mi abuelita la debida atención que le permita volver a estar con nosotros.

Le pido a Dios que permita que mi florecita rockera salga del hospital pronto. Que me dé la dicha de tenerla conmigo 100 años más, de cumplirle la promesa de llevarla a conocer otro país. Que sepa que en mi casa tiene a una hija, una nieta y un gato esperándola. Que sepa que extraño sus abrazos y que no me imagino un mundo sin ella.

Aquí te sigo esperando. Nos queda mucho por vivir juntas, mi florecita rockera.

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