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Analistas 03/05/2020

Ideología: excusa para la mediocridad

Ignacio-Iglesias

Creo que a nadie se nos va a olvidar este año 2020 y no precisamente por las buenas cosas que nos está trayendo ni las consecuencias que nos traerá. Al margen de los números que no merece la pena ni citarlos, porque absolutamente nadie sabe cuantas son las personas contagiadas y fallecidas por este maldito virus, lo cual es preocupante para cualquier decisión futura que se quiera tomar. Sin embargo, lo que sí está muy claro es que las cifras son dramáticas y a todos nos están golpeando en mayor o menor medida y por lo tanto, ante eso, lo único que queda es manifestar respeto.

Pese al lenguaje bélico utilizado por muchos dirigentes políticos y “por ósmosis” otros ciudadanos, aquí los muertos no han caído en “acto de combate”, salvo el personal sanitario, fuerzas de orden público, bomberos y militares a los que se les ha expuesto de manera inmisericorde, sino que el virus se los ha llevado por delante por muchas razones que citaré más adelante.

En todas estas semanas lo más desesperante es que pese a la profundidad de esta crisis sanitaria-económica-social, que solo nuestros mayores a los que ahora se les abandona a su suerte, vivieron tras la Guerra Civil o la Segunda Guerra Mundial, la clase política que nos dirige es incapaz de sumar esfuerzos para gestionarla adecuadamente y ofrecerse a la ciudadanía como un frente común que va a dejar a un lado sus ideologías y van “ a remar todos en la misma dirección”.

Todos hablan de que la vida no va a ser igual después de esta pandemia. Puede que no, aunque espantado el miedo y siendo el ser humano un “ser social” por naturaleza, volveremos a recuperar la normalidad o casi. Sin embargo, lo que no he oído todavía es qué va a ser de la clase política tras la epidemia. Su comportamiento y su capacidad de gestión deberían también evaluarse y me temo que ninguno va a salir bien parado, salvo alguna honrosa excepción. Y no me estoy refiriendo solamente a lo que puedan reflejar las urnas en las próximas elecciones.

Ya se han dejado a la vista nuestras “vergüenzas” en muchos campos: falta de previsión, capacidad de adelantarse a los acontecimientos, permisividad de ciertas manifestaciones de ocio y políticas de alto impacto mediático-ideológico, recursos limitadísimos y mal gestionados de nuestro sistema de salud, graves áreas grises de responsabilidad entre gobierno central, comunidades autónomas y ayuntamientos… , y todo este cúmulo de torpezas han multiplicado el número de contagiados y fallecidos. Pero lo más vergonzante de todo es que la gran mayoría de las decisiones que se toman se hacen más pensando en hacer daño y cuestionar al oponente político que en la resolución eficaz del problema. Eso sólo se llama de una manera: mediocridad.

Así es, en estos momentos de convulsión es cuando toca evaluar con mucho más detalle y exigencia a los que en teoría dirigen nuestro destino como país (o como comunidad autónoma o ciudad) y quizás la capacidad que más se debe tener en cuenta a la hora de evaluar es la de gestionar los problemas de manera consistente y eficaz, aunque eso no signifique que se acierte siempre. No es nada fácil, pero al menos hay que dar la sensación de transparencia y coherencia y no de “pollo sin cabeza”, que lanza el brazo hacia el lugar desde donde ha llegado el golpe sin estrategia alguna y sin pensar lo que ha hecho antes o le toca hacer después.

Siempre es buena decisión parar el balón, levantar la cabeza y tomar la decisión de pase adecuada, que bajar la cabeza y avanzar “sin ton ni son”. Hay que transmitir confianza y de esto estamos bajo mínimos.

En esto, la clase política actual es un desastre porque ponen en valor la ideología por encima de la mencionada gestión y por ende, cada uno intenta resolver el entuerto como puede y el resultado es el que tenemos. Y a eso se une una agravante, la ciudadanía se encarga degenerar un efecto multiplicador de disconformidad “hacia el otro”, que genera una mayor crispación y enfrentamiento. Es decir, son responsables primarios y multiplicadores del estado en el que estamos inmersos, mezcla de indignación y “shock”.

¿Qué genera toda esta mediocridad política? Que se ponga encima de la mesa que de esta crisis nos sacarán personas que están acostumbradas a lidiar con situaciones complicadas y a tomar decisiones que den seguridad a los ciudadanos, por encima de sus ideas políticas. Los tecnócratas y los dirigentes empresariales de éxito son piezas muy codiciadas en este momento, ante la incapacidad de los políticos. Ya tenemos casos de países donde personas de éxito en el sector privado se ponen en primera línea junto con los políticos, para “darles otra visión” en la gestión del problema. Es muy triste, pero es cierto.

¿Por qué nuestros políticos no paran de decir que esta epidemia no conoce de ciudades, de personas, de “clases sociales”, de ideologías políticas… y ellos son los primeros que buscan dar mensajes partidistas? ¿Alguien se cree que partidos de otro signo, dejando las posiciones demagógicas, antidiluvianas y sectarias que completan el circo político, van a poder salir de la crisis de una manera muy diferente? Mi respuesta es que no. No hay muchas soluciones alternativas y lo que toca es saber tomar decisiones que, insisto, rezumen seguridad.

¿Cuándo se ha visto antes que partidos más tradicionales hayan propuesto tantas medidas sociales para los colectivos más vulnerables o que partidos progresistas se hayan apoyado tanto en el sector privado y en empresarios, aunque no lo reconozcan en público? A ver si ya se dan cuenta que esto no va de ideologías.

Si la “filosofía popular”, con toda su sabiduría, dice que “cuatro ojos ven más que dos”, ¿por qué no lo aplicamos en este momento? ¿No se dice que a grandes problemas, grandes remedios? Y así podríamos tener muchas preguntas. Quizás pensando y trabajando todos juntos, remangados y “sin egos”, podamos realmente gestionar esta dificultad de manera eficaz y camuflemos “la mediocridad política”.

No es momento de discursos vacíos, de frases hechas, de letanías pomposas, del “y tú más y peor”. Es el momento, ya lo debería haber sido hace unas semanas, de sumar y no de seguir restando o incluso dividiendo. Cada semana que pasa sin avanzar nos va a suponer mayores caídas del PIB, mayor número de desempleados, mayor sensación de precariedad e impotencia. Todo eso hará de la recuperación algo penoso y demasiado prolongado en el tiempo.

Todo el mundo habla que esta crisis se va a llevar a una generación o dos por delante. Quizás es un tanto apocalíptico, pero a quien se debería llevar por delante es a toda la clase política que tenemos si no son conscientes de que hay que arrinconar las ideologías, los partidismos estériles y buscar soluciones. Si lo lograran, saldrían reforzados y nosotros, como ciudadanos, estaríamos “todos a una como Fuenteovejuna”.

El miedo paraliza: “da miedo a la ciudadanía y no te responderá”. Si por el contrario transmites responsabilidad bien entendida y comunicada, tus ciudadanos te respaldarán a ti: “yo confío en el Estado y por lo tanto yo respaldo las decisiones del Estado ” (tenemos ejemplos claros en esta crisis. No hace falta nombrarlos).

¿Alguien me puede contestar por qué teniendo tan buenos empresarios, científicos, pensadores, deportistas, tenemos que lidiar con una clase política tan mediocre? Esta mañana lo escuchaba en la radio y todavía me generaba más frustración e impotencia: “… estamos inmersos en un mundo donde la clase política es miserable…”. Qué expresión más descarnada y rabiosa, pero cuanta razón tiene.

La ideología ha muerto. ¡Viva el eclecticismo en las ideas, sentido práctico y eficiencia en resolver los problemas y la gestión responsable e incluyente!

Llegamos tarde; muy tarde, pero todavía estamos a tiempo de “salvar un poco la cara” y quizás logremos que nuestros políticos, sea cual sea su color, dejen de ser el hazmerreir de todo el mundo.

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