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Analistas 02/06/2018

Lo rural y el país

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

El agro no tiene hoy participación determinante en el valor agregado de las economías. En el mundo se estima en 4% su aporte, y en Colombia entre 6 y 7%. Además la tarea, cada día más mecanizada, no ofrece oportunidades de trabajo atractivas en las actuales condiciones. La ganadería extensiva, de baja productividad, ocupa alrededor de 4 millones de hectáreas con potencial agrícola, por cuenta del abandono del Estado a la periferia en toda la historia del país.

Esta circunstancia se refleja en inseguridad, insuficiente infraestructura de transporte e inestabilidad cambiaria, consecuencia de la estrategia económica extractiva ejecutada sin responsabilidad social y económica y que hace difícil para los empresarios invertir y asumir riesgos.

La agricultura hoy solo es intensiva en mano de obra en cultivos de muy alto valor agregado. En Francia, el país más agrícola de la Unión Europea, no genera más de 2% del empleo. Colombia se volvió urbana hace más de medio siglo.

Las tecnologías de información y comunicaciones alimentan el deseo de acceder a servicios de salud y educación en la ciudad. Cada año es más difícil la cosecha de café en diversas regiones por la dificultad para conseguir mano de obra transitoria. Además el país no es muy competitivo en cultivos de ciclo corto, para las cuales son más apropiadas las latitudes subtropicales, donde hay mucha luz solar durante la fase de verano.

La excepción pueden ser los llanos orientales, pero allá la infraestructura es precaria. El potencial agrícola de Colombia puede ser más efectivo en cultivos de mediano y tardío rendimiento, pero solo seremos competitivos con tasa de cambio adecuada, investigación para mejoramiento de variedades, provisión de infraestructura, mejor educación tecnológica para lograr productividad en el trabajo, y articulación con los eslabones siguientes de los procesos de producción y distribución.

A vía de ejemplo, solo tiene sentido cultivar cacao si se logran compromisos equilibrados de largo plazo entre industriales y cultivadores. Sería tarea prioritaria de un gobierno racional propiciar ese resultado, improbable con pronunciamientos fundamentalistas sobre competencia cuando la tierra disponible es limitada y exige ordenamiento racional: los clusters en el mundo agrícola compiten entre sí, y es absurdo socavar la viabilidad de las cadenas de valor de los clusters nacionales con restricción al ordenamiento racional de la relación.

La asimetría entre cultivadores y procesadores exige reglas acertadas para evitar que el beneficio para los propietarios de la tierra no vuelva inviable el negocio para todas las partes o genere gastos de transporte innecesarios por cultivar en sitios más lejanos, con perjuicio para el entorno.

Es difícil la perspectiva en algunos mercados para ciertos productos derivados de la palma africana, cultivo de enorme importancia en el Magdalena medio y los llanos orientales; es motivo de incertidumbre la propaganda desmedida contra el uso del azúcar, crucial para la economía del Valle del Cauca.

La mayor preocupación, sin embargo, es la siembra de expectativas inapropiadas por gobiernos irresponsables; persiste el despliegue de retórica propia de un país rural, analfabeta y aislado, condición que ya no corresponde a Colombia, para justificar la ausencia de verdaderas estrategias de desarrollo económico y social. Ese no es camino hoy.

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