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Analistas 17/10/2025

La vanidad presidencial

Guillermo Cáez Gómez
Socio Esguerra JHR
GUILLERMO CAEZ

El presidente Gustavo Petro volvió a sorprender con un gesto tan simbólico como incoherente: ordenar a la Sociedad de Activos Especiales, SAE, que destine oro incautado a narcotraficantes para reconstruir Gaza. Un acto que pretende proyectar liderazgo moral internacional, mientras en Colombia niños mueren de sed y hambre en regiones donde el Estado sigue siendo una promesa.

El problema no es la empatía con un pueblo en guerra, sino la incoherencia de un mandatario obsesionado con causas lejanas mientras el país que gobierna se desangra en silencio ¿Por qué enviar oro al otro lado del mundo cuando en La Guajira los niños se mueren por desnutrición y en el Chocó el agua sigue siendo un lujo? ¿Por qué predicar solidaridad global sin practicar justicia nacional?

Según el Dane, la pobreza monetaria en 2024 fue de 31,8%: más de 16 millones de colombianos no logran cubrir sus necesidades básicas. En las zonas rurales llega a 42,5%, y la pobreza extrema -personas que ni siquiera pueden comer tres veces al día- sigue en 11,7%. La pobreza multidimensional se ubicó en 11,5%, su nivel más bajo en una década, pero aún refleja un país fracturado, donde las brechas territoriales son abismos.

La SAE aclaró que “evalúa la viabilidad jurídica” de la orden presidencial, porque los bienes incautados no pertenecen al Estado, sino que están bajo administración legal. Es decir, Petro pretende disponer de algo que la ley no le permite, en un país donde el propio aparato judicial lucha por recursos para garantizar justicia. Mientras tanto, las comunidades más pobres siguen esperando algo más que discursos: agua, educación, empleo, alimento.

Esta es la patología del poder: creer que gobernar es figurar. Petro parece más concentrado en acumular reconocimiento global que en sanar las grietas internas. Se comporta como si fuera más rentable ser trending topic que resolver el hambre estructural. No hay política exterior que compense la desidia interna ni discurso solidario que justifique la omisión de deberes locales. Un Presidente con hambre de aplausos internacionales olvida que la coherencia empieza en casa. La verdadera grandeza de un líder no se mide por los escenarios en los que habla, sino por los silencios que repara. Mientras Petro juega al estadista global, Colombia sigue hundida en el barro de su abandono.

El oro incautado no debería usarse para exhibiciones simbólicas, sino para fortalecer la justicia, la educación, el agua y la salud del propio pueblo. Porque antes de reconstruir Gaza, hay que reconstruir Colombia. Antes de enviar oro al desierto, hay que evitar que el desierto avance sobre nuestra propia gente. No hay que elegir entre el mundo y la patria, pero sí entre la vanidad y la coherencia. Y Colombia ya no puede darse el lujo de un presidente que confunda protagonismo con liderazgo.

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