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Analistas 01/08/2019

El fracaso

Guillermo Cáez Gómez
Socio Deloitte Legal
GUILLERMO CAEZ

Somos una sociedad que no está diseñada para asimilar la importancia del fracaso. Por el contrario, hablar de quiebras y de fracasos es vergonzoso y se hace con la mayor discreción para no ser objeto de rechazo. Quien fracasa en Colombia entra en una especie de lista negra de la que es casi imposible salir, pues todo el sistema está diseñado para castigar ese tipo de experiencias.

Nuestro sistema financiero en gran parte es culpable de la estigmatización hacia el fracaso. Si analizamos bien las políticas sobre las que está construida la política de financiamiento en nuestro país, encontramos variables que inevitablemente llevan a muchas personas a fracasar en sus modelos de negocios. Cuando usted se acerca a una entidad del sistema financiero para solicitar un cupo de crédito, lo primero que debe tener claro es que, para que esta compañía le desembolse un solo peso, usted debe acreditar -en el mejor de los casos- que cuenta con bienes y recursos que casi duplican la deuda que usted va a adquirir. Esta es la primera y gran barrera que, en un país mayoritariamente pobre, no podrá traspasar.

Si usted logra acreditar que puede darle la suficiente garantía a su entidad -en teoría “amiga” suya- de que tiene con qué pagar el monto que está solicitando, le van a dar el primer golpe a su flujo de caja: a partir de la fecha del desembolso, cuente treinta días para pagar su primera cuota. Sin ventas o con ventas, pero seguro sin el flujo de caja, usted acaba buscando aumentar su deuda para cubrir (con el mismo dinero del banco) las primeras cuotas, a fin de no entrar en mora en un crédito que usted anhela, pero sabe que va a ser difícil de pagar.

Claramente un sistema financiero cortoplacista y que no apuesta con usted hace que se diseñen modelos de negocio pensados en el presente. Luego de pasar la proeza de acceder al sistema financiero, vivir la falta de flujo de caja por cuenta de la iliquidez que se sufre en los primeros años del emprendimiento y el cobro sin pausa que la autoridad de impuestos hace, puede que ante este panorama no tenga mayores opciones que declararse un fracaso o en quiebra.

Ahí empieza otro camino aún más oscuro: quebrarse lleva consigo estar reportado en las centrales de riesgo de información del sistema financiero que le preparan la primera etiqueta de fracasado con la que usted tiene que vivir (hasta que pueda pagar) e intenta sobrevivir en un país en la que es un insulto decirle a una persona que fracasó. Levantarse es aún más complejo: nadie -como si tuviera una enfermedad contagiosa- quiere que lo relacionen con ellos y, lo peor, todas las puertas se cierran en su cara pues se pierde credibilidad, como si del fracaso no se aprendiera.

Este camino lo recorrí. Fracasé y viví en carne propia lo duro que se hace vivir cuando un negocio no funciona y uno es de quien hablan en voz baja en las reuniones a las que asiste. Como fracasado puedo decir que la experiencia ha sido uno de los mayores aprendizajes que he tenido en mi vida y que me han permitido -producto de la resiliencia- levantarme e intentar aplicar lo que aprendí producto de un tropiezo que en el camino empresarial puede tener cualquiera. Esta columna, más que revolucionaria, quiere despertar en usted, querido lector, conciencia sobre la importancia de no estigmatizar a quien fracasa y de entender que para poder crecer, superar la pobreza y generar las condiciones en las que todos podamos cumplir con nuestros objetivos, debemos rediseñar el modelo financiero en el país.

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