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Analistas 21/09/2021

Disonancia Cognitiva

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Como el fin justifica los medios, apostamos a la corrupción de la democracia y el capitalismo; verbigracia, manipulamos mantras como la igualdad de oportunidades o la presunción de mérito, para justificar la inequidad.

Fruto del árbol del conocimiento, la aristocracia concentraba los privilegios entre quienes heredaran su imagen, y se formaran a su semejanza (The Meritocracy Trap, 2019). La meritocracia, supuesta evolución renacentista, es un eufemismo que ratifica los vicios del progreso (La tiranía del mérito, 2020).

En el mejor de los casos, la mayoría estudia por conveniencia (benching-ghosting); asume trabajos para los cuales carece de pasión, y se limita a acatar los sesgos que arbitrariamente favorecen a algunos (The Psychology of Intuitive Judgment, 2002).

Ilusión de control, el mérito generalmente constituye una falacia; depende de la subjetividad del patrocinador o del consumidor, y encubre una «mediocracia» que confronta arrogantes, resentidos y desesperanzados, gobernados por la competencia desleal.

Contrapeso, los logros y los efectos de su trabajo-organización, ¿representan falsos positivos o negativos?; ¿considera justa su compensación-tributación?; ¿cuánto debería pagarle el Estado a quienes se dedican al cuidado del hogar, y el voluntariado social-ambiental?

Comparando ocupaciones que requieren diferentes competencias, en la «antigua» normalidad los escalafones salariales estaban liderados, en el segmento femenino, por la CEO taiwanesa Lisa Su (USD$56M), la celebridad colombiana Sofía Vergara (USD$43M), y la tenista japonesa Naomi Osaka (USD$38M). Pregunto: ¿cómo contribuyeron ellas a que la sociedad fuera mejor?; ¿qué opina de la inequidad impuesta por semejantes ingresos y las facilidades que tienen para eludir impuestos?

En la Patria Boba cada congresista ganaba COP$33M, y cualquier docente de colegio público, con título doctoral, aspiraba a percibir hasta COP$8M. Igual, desconociendo el desempleo-subempleo de la mayoría, y las brechas sobre el ingreso solidario o el salario mínimo, explotan la corrupción o los paros.

La democracia y el capitalismo se nutren de la incompetencia inconsciente, la competencia inmoral (ser «pillo» paga) y la idiotez utilitarista («influencer»). El mérito es sobrestimado y mal evaluado (Good Fortune and the Myth of Meritocracy, 2016), pues, además de la aleatoriedad de muchas circunstancias, hay monedas cargadas que determinan la *selección social*, extinguiendo el libre albedrío, el poder del pueblo y el bien común.

Disonancias cognitivas (Festinger, 1957), aquí pasa de todo y no pasa nada; al presidente uribista le quedó grande la inseguridad; el Acueducto de Bogotá, en el gobierno del Partido Verde, suministra agua insalubre; Claudia López acreditó como modelo de Transmilenio a Epa Colombia; MasterChef Celebrity tiene una presentadora que parcializa, y premia el arribismo; Shark Tank acoge emprendimientos inmorales y perpetúa el capitalismo salvaje; Kristalina enturbió más al BM y el FMI; y, tras el nazismo, la justicia alemana hizo la judía con el «dieselgate», para proteger al corporativismo.

Aunque la meritocracia prometía funcionar como el Experimento del Masmelo (Mischell, 1972), terminó concertando una deuda, progresiva y eterna, como la descrita en ‘Silvia y Bruno’ de Lewis Carroll (Capítulo 10, 1889).

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