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ANALISTAS 27/09/2025

Filosofía idiota

Felipe Jaramillo Vélez
PhD Filosofía
Felipe Jaramillo Vélez PhD Filosofía

Para comenzar, quiero desmitificar la palabra “idiota”. A menudo la usamos como un insulto, una forma de denotar falta de intelecto, pero su significado original en griego, idiōtēs, simplemente describía a una persona privada, un ciudadano que se desentendía de los asuntos públicos para vivir en su esfera personal. En este sentido, la “filosofía idiota” no es una filosofía estúpida, sino una que se ha vuelto ensimismada, inútil para la sociedad, que ha dejado de aportar al bien común para encerrarse en su propia individualidad. Y es precisamente de esa cualidad de la que debe huir.

Gilles Deleuze planteó la necesidad de una filosofía que se atreviera a construir conceptos en lugar de solo dar lustre al legado de los grandes pensadores. Una filosofía que no se dé brillo a sí misma con la repetición, sino que se comprometa con los problemas sociales apremiantes. Una filosofía que se encierra en la torre de marfil de la erudición es una filosofía idiota, pues su conocimiento, por más profundo que sea, se vuelve estéril. Debe salir a la calle, al debate, a la incertidumbre, para ser verdaderamente relevante.

Un ejemplo literario de este peligro se encuentra en Aureliano Buendía. Inmerso en su soledad y en la fascinación por los inventos de Melquíades, se abstraía de la realidad de Macondo, un pueblo alejado de cualquier ayuda de un dios y que él lideraba, dejando a Úrsula y a su descendencia a la voluntad del devenir, desatendiendo su responsabilidad colectiva. Esta reclusión, esta entrega total a un mundo interior sin conexión con el exterior, es la máxima expresión de la idiotez en su sentido más perjudicial. Nos muestra que la inacción, la evasión de la realidad a través de la introspección sin propósito social, puede tener consecuencias catastróficas para quienes nos rodean.

En la era de las tecnologías exponenciales, de los algoritmos y de la inteligencia artificial, el papel del filósofo es más crucial que nunca. El avance tecnológico es tan veloz que apenas nos da tiempo de asimilar sus implicaciones éticas y humanas. Dejar la conversación solo en manos de los ingenieros que crean el código sería un acto de negligencia. El futuro no es solo un asunto de eficiencia o de capacidad de procesamiento; es un asunto de humanidad. El filósofo, el humanista, debe sentarse a la mesa con los científicos para coescribir la historia, para asegurarse de que la relación del hombre con la máquina no sea de servidumbre, sino de colaboración consciente y ética.

Es hora de que la filosofía tome nuevamente su lugar. Que deje de ser idiota y se vuelva esencial. Reclamar su sitio en la discusión es la única manera de recuperar esos momentos en los que era escuchada con atención, cuando era parte central de la vida pública. En un momento caótico como el que vivimos, donde la desinformación y la automatización amenazan con fragmentar la sociedad, se necesita la luz que solo la reflexión profunda y comprometida puede brindar. La filosofía no puede darse el lujo de ser privada; debe ser un faro para todos, nuevamente.

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