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Inquieta el número de escaños obtenidos por los movimientos extremistas en las elecciones al Parlamento Europeo, que afianza una tendencia evidenciada en las elecciones de 2009. En la nueva conformación del Parlamento el crecimiento de partidos xenófobos y ultraderechistas suma cerca de un 25% y, como señala el politólogo Sánchez Rodríguez, no solo engloba parlamentarios de los países más golpeados por la crisis y las medidas de austeridad.
El Frente Nacional francés de Marine Le Pen pasa de no tener europarlamentarios a conseguir 24 escaños y el Partido de la Independencia del Reino Unido de 13 que tenía consiguió 23. Partidos atípicos, calificados de singulares y descentrados, se convierten en las formaciones políticas más votadas en países de indiscutible democracia.
Estos movimientos que son enemigos de la construcción europea, del euro y de la inmigración, pues los responsabilizan del empobrecimiento, el desempleo y la inseguridad de Europa occidental, ganan adeptos con facilidad, fundados en discursos simplistas, mentirosos que exacerban percepciones, emociones y, sobre todo, miedo. Con la misma estrategia los eurófobos extremistas del FPÖ austriaco alcanzaron 20%, la extrema derecha triunfó en Dinamarca con 25% de los votos, y en Grecia el partido neonazi Amanecer Dorado obtuvo el favor de 10% de los votantes -y en el otro extremo- el ultraizquierdista antieuropeo Syriza ganó las elecciones en el país heleno. Con resultados menos satisfactorios el populismo y los nacionalismos se fortalecieron en Hungría, Finlandia y Polonia, mientras en España tuvo un moderado ascenso Izquierda Unida e irrumpió el movimiento Podemos.
Los que intentan ver el vaso medio lleno, se tranquilizan con el dominio de los conservadores y socialdemócratas, pero los principales grupos de parlamentarios pierden curules, los conservadores 64 escaños, los socialistas 10, los liberales 13 y los verdes 2. El progreso de los extremistas en el Parlamento Europeo -pensando con el deseo- generará mayor coherencia y compromiso de los grupos parlamentarios mayoritarios, o los coletazos de la crisis que tardarán en revertirse seguirán frenando -y lo que es más grave- poniendo en riesgo el más maduro proceso de integración económica y política que ha vivido la humanidad y que garantizó, y garantiza aún, la paz entre los europeos.
Coherencia y compromiso que debería darse entre los líderes de los miembros de la Unión Europea, que tienden a responsabilizar a las instituciones de Bruselas de sus acciones u omisiones y se adjudican los aciertos comunes como propios. El más reciente ejemplo lo da David Cameron que, acosado por los resultados obtenidos, se opone al presidente de la Comisión Europea, tan conservador como él, solidarizando sus responsabilidades con las que le atañen al presidente de la Comisión: “necesitamos alguien capaz de impulsar las reformas, el crecimiento y la creación de empleo”.
En las columnas tituladas ¿Optimista informado? (16.04.2013) y La perversión de la palabra (20.05.2014), me refería a la escurridiza lealtad que le damos a la palabra destacando como la pervertimos, la moralizamos, la encadenamos a perversos objetivos con el fin de exaltar emociones. Las recientes elecciones, tanto en la Unión Europea como en Colombia, nos invitan a reflexionar sobre los adjetivos simplistas, mentirosos que exacerban percepciones y el miedo, sin importar de dónde provengan, pues nutren los extremismos y ponen en riesgo los nada fáciles procesos de consolidación de la paz.