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La adhesión de Colombia a la Ruta de la Seda, anunciada por el presidente Petro en el marco de su visita a China, marca un movimiento geoeconómico de alto riesgo que, si no se maneja con rigor técnico y transparencia, puede derivar en graves consecuencias para nuestro aparato productivo.
Colombia exporta hoy a Estados Unidos productos de alto valor agregado que sostienen cientos de miles de empleos: flores, café, aguacate, textil, confecciones, derivados químicos, manufacturas de metal y alimentos procesados. Solo en 2023, 37% de nuestras exportaciones totales -más de US$13.000 millones- tuvieron como destino EE.UU., siendo el primer mercado para nuestras exportaciones no minero-energéticas.
En contraste, el comercio con China ha sido históricamente desequilibrado. Mientras importamos maquinaria, textiles, automóviles y tecnología -productos de alto valor agregado-, nuestras exportaciones a China se concentran en petróleo crudo, carbón y minerales, que representaron más de 85% de nuestras ventas a ese país en 2023, según cifras del Dane y la Dian.
El riesgo es evidente: podríamos perder acceso preferencial a Estados Unidos donde el acceso a mercados de alto poder adquisitivo es vital, afectando sectores que difícilmente encontrarían una alternativa equivalente en China, como las flores por distancia y tiempos de transporte aéreo, el café por temas culturales, y los plásticos, la metalmecánica y la industria textil por temas de competencia. Además, exportar hacia China implica enfrentar mayores costos logísticos, barreras sanitarias y requisitos de certificación que no siempre están alineados con nuestras capacidades.
La situación se agrava considerando que el déficit comercial de Colombia con China supera los US$13.500 millones anuales, una brecha que podría ampliarse si no se establecen mecanismos efectivos para promover exportaciones de valor agregado. Y no es un riesgo menor: un cambio de percepción en Washington podría traducirse en presiones comerciales sobre productos clave como flores, aguacate y café, afectando más de 250.000 empleos directos.
Adherirse a la Ruta de la Seda sin definir con precisión los compromisos, sin corregir la balanza comercial inequitativa, y sin asegurar mecanismos de protección para nuestros sectores estratégicos, sería un salto al vacío. No hay aún claridad sobre el texto a suscribir, las obligaciones de Colombia, los compromisos reales de China ni las fechas de entrada en vigor.
La diversificación comercial es necesaria. Pero diversificar no significa sacrificar relaciones históricas ni entregar sectores económicos clave sin estrategia de defensa ni capacidad de reacción. Mucho menos debe hacerse a costa de llevar a nuestro tejido productivo a la ruta de la quiebra. Si no se manejan con rigor estos acuerdos, podríamos estar firmando el inicio de una grave crisis para buena parte del tejido empresarial colombiano.
Colombia merece una estrategia comercial inteligente que diversifique con visión, proteja su valor agregado nacional y fortalezca su competitividad. No podemos perder mercados actuales ni debilitar las bases de nuestro desarrollo económico por improvisaciones geopolíticas.
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