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Analistas 22/01/2016

Si a la paz, no al Gobierno

Edgar Papamija
Analista
La República Más
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Definitivamente vivimos en el reino de la improvisación, inventado medidas de última hora, más dirigidas a las tribunas que a la solución de los verdaderos problemas del país, aplazando siempre las reformas estructurales que se anuncian pero que terminan siendo más de forma que de fondo. El presidente Santos atraviesa un período crítico de aceptación ciudadana, cuando necesitaba estar más fortalecido. En alguna oportunidad comentamos nuestra preocupación, pues el Presidente y su Gobierno podrían llegar a la mesa de la Habana, como están en este momento, con una baja popularidad, quedando en desventaja para negociar con una guerrilla que llegó, supuestamente derrotada, o para ser exactos disminuida, pero que hoy está posicionada, gozando del estatus que le dio el Gobierno y la Comunidad Internacional, con mayor capacidad de imponer condiciones.

Hay consenso sobre la gravedad del momento económico que atraviesa el país. El ministro Cárdenas acabó su credibilidad, mostrándose siempre conforme con lo que le ocurría a la economía, particularmente con la tasa de cambio, donde pasamos del “dólar Cárdenas” al “dólar anti Cárdenas”, pues entre la venta de Isagén y el precio de la divisa norteamericana, todos los analistas cantan un réquiem por la supuesta candidatura presidencial del Ministro de Hacienda. 

La Casa de Nariño ha salido a reconocer que en el presente año, los ingresos por concepto del petróleo que llegaron a representar más del 20% de los ingresos corrientes del país, llegarán prácticamente a cero en el presente año. La propuesta de “austeridad inteligente” no deja de causar hilaridad, por cosmética e inoportuna, cuando siguen azotando los vientos de la improbidad con que se manejó la bonanza económica. El país recuerda el informe de la Contraloría General de la República que estableció en $2,6 billones los gastos de publicidad del Gobierno en 2012 y 2013, y la compra del lujoso Avión Embraer Legacy 600 por US$22 millones, amén de la mermelada y las cortinas de Palacio, tristes recuerdos de cuando resolvimos ser jeques sin petróleo. Las redes sociales están inundadas de información sobre el despilfarro en contratación del Gobierno Central, y de los Organismos de Control que se hicieron a importantes apropiaciones presupuestales para, supuestamente, mejorar su eficiencia, pero que terminaron, abusando de su independencia, contratando costosas asesorías y financiando elefantes blancos como la, nunca bien lamentada, Universidad de la Fiscalía General de la Nación, donde se han gastado más de $17.000 millones.

Los anuncios contradicen la realidad. Nadie ignora que la reforma tributaria se impone, con todas sus secuelas negativas, en una economía, víctima de la desaceleración. Preocupan los efectos sociales y económicos, francamente incalculables de un IVA del 19%, en la mayoría de los productos de consumo de las clases media y baja, así como la descabellada intención de gravar útiles escolares y artículos de primera necesidad, como los huevos y el pollo, con 5%, y computadores con 10%.

Los colombianos no se resignan a aceptar que, los platos rotos por el Gobierno, deban pagarlos, vía impuestos, en el momento menos indicado, cuando la economía, pese a los anuncios oficiales, entró en barrena. 

Preocupa el resultado del Plebiscito, si es que finalmente las Farc aceptan este sistema de refrendación, que han rechazado insistentemente, y que han aprovechado para poner el Gobierno contra las cuerdas, víctima del plazo fatal que el presidente Santos le puso a la fecha de la firma del Acuerdo de Paz y que sigue dándole a la guerrilla la manija de la negociación.

Los colombianos quieren la paz, como lo registran los últimos análisis de opinión, pero tienen, a la manera del ex presidente Uribe, una encrucijada en el alma, pues no encuentran la forma de aprobar la paz sin aprobar la gestión del Gobierno. Nada fácil la tiene Santos en este 2016. 

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