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En época de desaceleración económica me parece importante llamar la atención sobre el desempeño del sector bancario. Mucho se habla sobre la inclusión financiera como un indicativo de desarrollo económico en nuestro país. Según la Banca de Oportunidades, para finales del año pasado el porcentaje de adultos, con al menos un producto financiero, llegó al 72,7%, lo que indicaba que 23,3 millones de colombianos gozaban de ese servicio; pero tan solo el 60,5%, equivalente a 19,4 millones de adultos, tenían un producto financiero activo. El comportamiento de la cartera de crédito, en los últimos años, ha sido mas o menos constante. El año anterior se distribuyó así: 58% comercial, 29% consumo, 10% vivienda y 4% microcrédito. En esta composición crediticia ha tenido la banca una participación cercana al 90% lo que demuestra claramente el peso de ese sector en nuestra economía.
De otra parte, hay alborozo entre algunos comentaristas económicos por el crecimiento en el número de operaciones crediticias en el país, que en el segundo trimestre del presente año crecieron 17%. Según la firma Experian que administra la central de riesgo de Datacrédito, ocho de cada diez operaciones crediticias se hacen en los estratos 1, 2, y 3, con una clara orientación al sector real, mientras que en los estratos altos, el crédito se orienta a los créditos hipotecarios y de consumo que representan el 83,6% en el estrato 6, frente al 58,5% del estrato 1, lo que muestra la necesidad del crédito en los estratos bajos para generar ingreso.
Según informes de la Superintendencia Financiera, los bancos reportaron ganancias, a junio del presente año, por un valor cercano a los $4 billones, en plena desaceleración económica, lo que representa para algunos analistas rentabilidades entre el 15% y el 20% sobre su patrimonio, al igual que en Perú y Chile.
Frente a este panorama lo más preocupante son las tasas de los créditos, de las cuales poco se habla, por prudencia, o porque el peso del sector, que nada en la abundancia, gracias a una regulación favorable al mejor estilo norteamericano, ha creado la impresión de que si le va bien, al país le va bien; lo cual es relativamente cierto.
Según la Superintendencia Financiera, en el año 2014, los créditos de comercio, preferenciales y ordinarios, se otorgaron a tasas entre el 7,27% y el 10,69%, mientras los sobregiros, como productos de corto plazo, se situaron al 23,52%. Para tarjetas de crédito, la tasa tuvo un promedio de 27,77%, mientras otros productos para consumo bordearon el 17,26%. Para vivienda, el 2014 presentó tasas entre el 11,37% para VIS y 10,70% para otro tipo de vivienda.
Este espectro crediticio debe ser motivo de análisis para los expertos y para el Gobierno, pues una simple mirada a lo que sucede en países del primer mundo prende las alarmas. El premio nobel Stiglitz afirma que el sistema financiero llega a ser tan grande que no se puede quebrar, y en la medida que crece, absorbe la riqueza de un país, en el afán de obtener lucro, con la enorme ventaja de que el Estado es su garante, y cualquier revés lo terminan pagando los contribuyentes.
Solo para tener una referencia, sin pretender hacer comparaciones asimétricas: Francia tiene tasas de 4,2% para consumo y 2,23% para vivienda, mientras Inglaterra maneja 4,33% y 3,35% para consumo y vivienda, respectivamente.
La pregunta es obvia: ¿está nuestro sector bancario en la ruta correcta para contribuir al desarrollo económico y social del país?