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Analistas 02/05/2019

Ni Petro ni Uribe; somos nosotros

Diego A. Santos
242 Media Director No Ficción

Necesitamos unos medios de comunicación que le abran más campo a las narrativas positivas

Las sociedades suelen progresar más rápido cuando enfocan gran parte de sus energías en visibilizar sus logros y oportunidades más importantes. El hacerlo tiene un efecto sumamente positivo no solo en nosotros como individuos, sino en el bien común.

España, durante décadas, inclusive después del franquismo, fue una nación derrotada, sin autoestima, consumida por un ambiente negativo que permeaba todas las capas de la sociedad. No en vano, en Europa señalaban que el Viejo Continente acababa en los Pirineos. Así veían a España, como un país africano.

Al Reino Unido, aunque no al nivel español, le sucedió un tanto de lo mismo. Entre los años 70 y 80, el otrora imperio y brújula del mundo occidental, era un Estado deprimido consumido por la nostalgia de aquel que fue y ya no es. Una durísima crisis económica, las permanentes noticias negativas, el terrorismo del IRA y la violencia de los hooligans eran el reflejo de un país a quienes sus más importantes vecinos, como Francia y Alemania, veían de soslayo.

A finales de los 80, España fue electa sede para celebrar la Expo Mundial en Sevilla y los Juegos Olímpicos en Barcelona. La sociedad española, dividida y estancada, entendió que estaba ante una gran oportunidad para cambiar su inercia tan negativa. Y la aprovechó. Durante varios años enfilaron todas sus baterías hacia la construcción de una narrativa positiva. Para decirlo coloquialmente, remaron hacia un solo lado.

La Expo y los Juegos Olímpicos le dieron otro aire a España. El discurso positivo en el que se embarcaron resultó en un estado de ánimo tan óptimo para su ciudadanía que, por ejemplo, en términos deportivos, convirtió a España en una potencia mundial; y en lo económico vivió una bonanza muy importante en desarrollo de infraestructura, gastronomía y turismo.

En Gran Bretaña la coyuntura fue distinta. Tan solo bastó un líder europeísta con las ideas claras y un discurso renovado cargado de optimismo para darle un vuelco a la situación. Bajo el laborista Tony Blair se acuñó el término de Cool Britannia (Gran Bretaña Chévere), un concepto que representó una bocanada de aire para toda una sociedad británica que logró lo que parecía imposible: volver atractivo al Reino Unido de nuevo.

En Colombia, a fecha de hoy, encontrar un proyecto en común, o un liderazgo renovado, parece difícil. Somos un país polarizado, extremadamente violento, autodestructivo y corrupto, muy corrupto. Ninguno de estos elementos invita al optimismo, pero Colombia sí tiene de qué agarrarse. Hay noticias positivas; hay talento, un talento descomunal; y líderes descontaminados que quieren sumar.

Necesitamos un cambio de chip; necesitamos unos medios de comunicación que empiecen a dar ejemplo abriéndole más campo a las narrativas positivas; necesitamos despojarnos de la soberbia de pensar en que “yo-y-los-míos” son los únicos que quieren el bien y el progreso de Colombia; necesitamos un norte y no necesariamente uno que sea político.

Esta semana más de cinco colegios colombianos, y no precisamente los privados, compitieron en un concurso internacional de robótica en Estados Unidos; los tenistas Robert Farah y Juan Sebastián Cabal conquistaron el torneo Conde de Godó en Barcelona; contamos con la generación más talentosa de ciclistas de nuestra historia.

El tema no es Petro ni Uribe. Está en nosotros el cambio.

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