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La más desagradable y sucia de las campañas presidenciales que se recuerden en Estados Unidos terminó. Sin embargo, estos comicios tuvieron un destacado enfoque en digital, inclusive más que en los que participó Barack Obama.
La más desagradable y sucia de las campañas presidenciales que se recuerden en Estados Unidos terminó. Sin embargo, estos comicios tuvieron un destacado enfoque en digital, inclusive más que en los que participó Barack Obama.
Con elecciones presidenciales en Colombia en 2018, bien harán los candidatos en estudiar con juicio lo sucedido en tierras norteamericanas, porque para bien, o para mal, digital fue uno de los ejes fundamentales.
Si bien aún no se han diseccionado los montos invertidos por Hillary Clinton y Donald Trump en digital* --redes, páginas web, apps, minería de datos, correos, mercadeo, mensajes segmentados, agencias y personal, entre otros--, se sabe que al 6 de octubre, la demócrata se había gastado casi US$35 millones en pauta digital, por casi US$10 millones del republicano.
Una vez contabilizada la inversión del último mes, se estipula que Clinton habrá doblado su inversión, al igual que su rival. Ambos apostando al voto ‘millennial’.
En la elección presidencial de 2008 la inversión total en pauta digital fue de US$22 millones dólares. En 2012 de US$78 millones. En 2016 puede llegar a US$100 millones, una cifra muy por debajo de lo que aún se le destina a televisión, alrededor de US$300 millones, pero la ascendencia es clara.
Pero cifras aparte, ¿qué pueden aprender nuestros políticos de cara a 2018 de lo que hicieron Clinton y Trump en esta campaña?
La demócrata, tal y como lo ha sido en toda su carrera, fue metódica. Su apuesta en redes la dividió entre Facebook, Instagram, YouTube, Twitter, Pinterest y Snapchat. En cada una de estas plataformas manejó un discurso e imagen acorde a la audiencia.
En Twitter, Clinton dio a conocer su faceta de líder, de estadista. Si bien es su canal más robusto en cuanto a seguidores (10,2 millones), el público objetivo de @HillaryClinton fue: periodistas, columnistas, influenciadores y otros líderes de opinión, ya que esta es la plataforma predilecta para estos grupos.
Instagram se constituyó en una de las grandes sorpresas para el equipo de Clinton, quien detectó que la seguían personas jóvenes que no necesariamente conocían toda la carrera de la candidata. Esto le permitió a sus asesores generar contenido masivo sobre la Hillary joven, la abogada y, a su vez, la mujer profesional, madre y esposa.
Aún contando con menos seguidores que Trump en casi todas las plataformas, la estrategia de Clinton se puede catalogar de casi impecable, digna de estudio, aunque no está de más recordar que su inversión fue claramente superior a la de su contrincante.
¿Y Trump? Caótico, desorganizado, beligerante, burdo y torpe. Por si fuera poco, su equipo le confiscó la cuenta de Twitter (@realdonaltrump -13M de seguidores) en los días finales de campaña. “Si alguien no puede manejar su cuenta de Twitter, no puede manejar los códigos nucleares”, se burló Obama en un mitin político.
Se puede argumentar que su estrategia de redes fue un desastre, pero discrepo.
Sin estrategia, Trump cumplió a carta cabal una de las principales premisas en redes: ser uno mismo. Bueno o malo, nunca se salió de su guión, aunque sí lo hizo continuamente del de sus asesores. Nunca pretendió mostrarse como un estadista, pero sí frentero, arrabalero y conflictivo.
Seguramente esto lo perjudicó en cierto sentido, pero estoy seguro que también fue una de las razones que le permitió llegar al final casi que en un tête-à-tête con Clinton. ¿Qué veremos aquí en 2018?
*El consolidado se conocerá antes de finalizar el año