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Analistas 18/04/2024

Mejor, bien informados

Ciro Gómez Ardila
Profesor de Inalde Business School

No creo que todo el mundo acepte que el actual racionamiento de agua en Bogotá sea efecto del cambio climático. Y es que quizá cuando esos conceptos se intentan explicar desde el miedo son menos convincentes que cuando se apela a la razón y los hechos. Esta puede ser una buena oportunidad de explicar bien las cosas.

Sabemos que ha llovido poco, sabemos que los embalses están en mínimos históricos, sabemos que debemos consumir la menor cantidad de agua posible. Pero no tenemos del todo claro cuáles son las causas porque, como ciudadanos corrientes, no tenemos todos los hechos. O no son fáciles de consultar.

Sería muy interesante conocer cuál ha sido el histórico de lluvias en las cuencas que alimentan los embalses. Si pudiéramos seguir año a año cuánto ha llovido, cuáles han sido los periodos de sequía, cuánto han durado, qué tan profundos han sido y cómo se comparan con la sequía actual tendríamos una buena señal para que todos entendiéramos la realidad de la situación de hoy. Una gráfica que mostrara la cantidad de lluvia mensual por los últimos, digamos, cincuenta años nos daría una visión muy clara de la situación.

Es importante conocer también la evolución de la capacidad de almacenamiento y purificación de agua que ha tenido la ciudad. Podríamos observar qué tanto han aumentado, cuáles fueron los años en los que esas capacidades se ampliaron y así poder agradecer a quienes previeron las necesidades de agua de la ciudad con décadas de anticipación.

Habría que agregar el crecimiento de la población de la ciudad y el consumo total y per cápita. En mi niñez recuerdo jugar con el agua, lavar los carros en la acera y luego lavar la acera. Hubo un momento impreciso en que el agua pasó a convertirse en un bien que los padres nos enseñaban a cuidar. Imagino que se correspondió con un aumento del costo de la factura y seguro de muchas campañas. Había una que mostraba una llave que goteaba y que decía que cada gota contaba. La verdad es que las llaves que goteaban no eran algo extraño y parecía que eso a nadie le importaba. Hoy, cierro la llave cuando me lavo las manos y los dientes; no era así antes.

Cuento esto porque imagino que lejos de aumentar, el consumo por habitante ha debido bajar, ¡pero no lo sé! Sería mejor saberlo. Quizá como ciudadanos hemos sido descuidados con el agua. Los datos nos ayudarían a saberlo.

Agreguemos el nivel de los embalses, pero no solo en porcentaje, sino en capacidad total. ¿Cómo ha evolucionado? ¿Hemos vivido antes momentos similares? ¿Han estado antes las reservas tan bajas como ahora?

Con todos estos datos podemos hacer un cuadro completo de la situación que estamos viviendo para poder reaccionar con solidaridad (indispensable) y con racionalidad. Y para prepararnos para el futuro.

Es el momento de tener planes de largo plazo para evitar que se sigan presentando racionamientos. Seguramente, habrá que invertir en nuevas maneras de recolectar agua y en formas novedosas de reciclarla.

Habrá que trabajar en prevenir las causas de la escasez de lluvias; debemos hacerlo, pero, desafortunadamente, nuestro impacto no será tan profundo. Sin embargo, como ciudad no podemos simplemente conformarnos. Al igual que quienes nos precedieron nos dejaron agua para muchos años, nosotros debemos hacer lo mismo para las generaciones futuras (aunque llueva menos).

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