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Se cerraron las inscripciones de candidatos al Congreso y las listas de los partidos; sin embargo 2026 es diferente. Tras años de escándalos, asuntos vitales de nación sin resolver en materia de salud y educación, crisis energética, déficit fiscal y del presupuesto, así como un nivel de desprestigio sin antecedentes, no será posible tener buen gobierno, si no hay buen Congreso. La reconstrucción del país con quien sea el nuevo presidente, dependerá en gran medida de un parlamento serio, técnico, responsable y ético.
Aquí no depende de los políticos, depende de nosotros, de darle valor y dignidad a nuestro voto. Elegir congresistas no es un acto menor: es decidir quién define con leyes, el rumbo de nuestra seguridad, justicia, economía y de nuestra calidad de vida, en últimas del país.
El informe internacional World Justice Project titulado The Rule of Law o El Estado de Derecho en Colombia, reveló que el 88% de los encuestados consideraban que la mayoría de miembros del Congreso estaban involucrados en hechos de corrupción. No es sólo un malestar ciudadano: es la pérdida de confianza en esa institución a niveles críticos, denotando un gravísimo déficit de legitimidad.
En medio de todo, se destacan algunos congresistas que han ejercido un importante ejercicio de control político, especialmente en materia de seguridad, en la exigencia al gobierno de recortar el desbordado gasto público que alcanza un alarmante déficit fiscal o del sistema de salud asfixiado por el mismo gobierno que tiene agonizando a miles de pacientes sin el mínimo gesto de humanidad.
Reconocemos, incluso, parlamentarios que valientemente se han opuesto a iniciativas de bancadas de gobierno que atentan contra el principio fundacional del Estado de protección a la vida, como la regulación de la eutanasia, en contraste con el valor del cuidado paliativo, de la intención de democratizar u obligar determinadas creencias culturales como el satanismo, atentando contra la libertad de cultos, de querer imponer el tipo de formación para nuestros hijos en los colegios y hasta de una reforma política que pretendía perpetuar congresistas, permitiendo que luego fueran ministros, promoviendo el transfuguismo electoral y otras deplorables prácticas políticas.
Las próximas elecciones legislativas representan una oportunidad para exigir con mucha rigurosidad a quienes nos representan. No podemos seguir premiando con nuestro voto a influencers muy simpáticos, pero sin la formación y el rigor técnico necesario para enfrentar los graves problemas del país, ni al que genera más odio en redes creando espectáculo sin propuestas o el que promete beneficios populistas sin ningún sustento o recursos.
Elegir mal significa aceptar que la impunidad continúe o que el erario público siga siendo un botín para enriquecerse. Votar por malos congresistas significa premiar el pago de favores políticos con contratos, que las necesidades ciudadanas queden anuladas por clientelismos y mermelada para que les aprueben proyectos de beneficio personal. Se trata de depositar la confianza del futuro de nuestra salud, pensiones, seguridad, empleo y de nuestro patrimonio.
Invito a darle valor estratégico y peso político a nuestro voto, a castigar aquellos que por años han hecho del Congreso un fortín burocrático de casas políticas, que solo buscan enriquecerse, de camaleones que van de partido en partido buscando su beneficio personal y ahora posan de salvadores del país hablando de unidad y reconciliación, cuando por años lo que han hecho es dividir. Invito a premiar a las generaciones propositivas que defienden nuestras tradiciones como nación y la defensa de lo que denomino los cuatro esenciales: la democracia, las instituciones, las libertades y la propiedad privada.
Todo aquel que atenta contra estos fundamentos del Estado a partir de la violencia, de primeras líneas para subir al poder, de la convocatoria a las masas con violencia de palabra, creando odios y divisiones, a modificar la Constitución, el régimen democrático y a saltarse los poderes públicos, no merece nuestro voto.
Si elegimos mal, hundiremos el proyecto de nación aún en construcción. Si elegimos bien, con memoria histórica, con exigencia pública, premiando la formación, la técnica y la empatía con las necesidades de la ciudadanía, podremos empezar verdaderamente a construir un país que respeta a sus votantes, a sus representados. Que cada ciudadano evalúe con rigor, que cada voto pese, que cada curul valga. Colombia no merece menos.
Estamos confiados y distraídos mirando un bello atardecer, mientras los atracadores nos distraen y se llevan de calle la democracia y el botín de la hacienda pública
Nuestro compromiso es ser recordados por obras de infraestructura material que dejen un invaluable legado social
Convertir cada anhelo en un derecho solo crea expectativas imposibles y un Estado que promete más de lo que puede cumplir. Los derechos que requieren protección permanente son tres: la vida, la propiedad y la libertad