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Analistas 21/11/2023

Tristeza

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

El sentimiento debería ser de ira y no el de tristeza ante el estado de la Nación. Rabia por el deterioro de la situación económica que no tiene otra explicación que el manejo errático de los mensajes del gobierno que son señales que han desincentivado la inversión, que es el pilar sobre el que se construye el crecimiento. Rabia por el deterioro en la seguridad que se expresa en más masacres, más sicariatos, más secuestros y extorsiones en gran parte consecuencia de una visión de la paz que parece más apaciguamiento que ha envalentonado a las bandas criminales que ven en la utopía del mandatario la oportunidad de fortalecerse y expandir su campo de acción a nuevos territorios y a nuevas modalidades de crimen. Rabia por el deterioro de las ya débiles instituciones que se ven cada más acorraladas por el afán reformador del ejecutivo.

En fin, lo propio sería sentir rabia y no tristeza porque lo segundo sugiere resignación. Llorar sobre realidades que ya son irreversibles, porque sentimos que nada podemos hacer y se padece el duelo de la muerte. La muerte lenta de una nación cada vez más confundida sin saber bien hacia dónde va ni de donde viene, radicalizada, polarizada e histérica que expresa su esquizofrenia en la red social X, con verdades a medias, grandes mentiras acusaciones temerarias, lenguaje soez y voceros a sueldo. No es propia la tristeza porque no todo está perdido y hay esperanza y la esperanza marchita la tristeza. Esperanza que surge de ciudadanos trabajadores, de comunidades resilientes que construyen país a medida que van construyendo sus vidas, de colombianos sinceros que tiene principios y a diferencia de su adolorido país, si conocen el rumbo que quieren para las futuras generaciones. Esto ha sido una constante en la historia patria que muchas veces se ha visto al borde del abismo y que ha logrado con tenacidad, sobrevivir la violencia, luchar contra la pobreza.

Pero hay tristeza que no surge de lo que se ha hecho sino de lo que se ha dejado de hacer. Es tristeza por aquello que pudo ser y no fue. Tristeza por la esperanza frustrada de una Nación que vio en el actual mandatario una luz a final del túnel para los más necesitados, para los marginados, para poner fin a los privilegios injustificados e injustificables, para mitigar la enorme desigualdad, para abrir un mundo de oportunidades a jóvenes que buscan su futuro en otras latitudes. Una luz que como antorcha en la oscuridad mostraría el camino de Colombia hacía una nación moderna y en auge.

De esa esperanza que se manifestó mayoritariamente en las urnas en 2022, a puertas de 2024 solo va quedando el discurso cada vez más díscolo de un mandatario con ínfulas de líder mundial y un afán por destruir lo poco que se ha construido con mucho esfuerzo. Un mandatario que está incumpliendo su compromiso con la historia por su incapacidad de romper moldes ideológicos obsoletos, por empecinarse en reformas que se fundamentan más en idealismo que en realidades, haciendo oídos sordos a todo aquel que difiera, como si en el camino al progreso y al bienestar fuese uno único e inevitable como aquel que planteó Marx en El Capital.

Es triste ver cómo se dilapida un capital político que mucho bien le hubiese podido hacer al país. Es claro que para hacer tortillas hay romper huevos, pero no destruir la cocina. El país entiende que haya huevos rotos, pero no acepta que se destruya lo logrado para transitar a un abismo.

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