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Analistas 06/06/2023

¿El poder para qué?

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Con esta pregunta el maestro, Darío Echandía, dejó pensando al país sin en que en realidad de verdad se supiera el significado que el político quiso darle, pero que en las circunstancias actuales resulta un interrogante sobre el cual vale la pena reflexionar. Vivimos la semana pasada un episodio bochornoso de lucha por el poder entre dos funcionarios que obliga a reflexionar sobre el poder en el ámbito de lo público.

En una entrevista concedida por el defenestrado embajador Benedetti a la revista Cambio y con el ánimo de proclamar su inocencia y buenas intenciones en todo este embrollo reclama que no tenía motivo alguno para enfrentarse a la Jefa de Gabinete por asuntos de poder dado él ya sería el “segundo hombre más poderoso de la nación”. Lo afirma con grandilocuencia como si con el prometido nombramiento de Superministro alcanzará la gloria eterna, pero en ninguna parte de esa desafortunada entrevista se nota asomo alguno de voluntad de servicio propio del servidor público ni la visión de país que ayudaría a construir desde ese encumbrado puesto. Por su parte la Zarina, como la bautizó María Isabel Rueda, luchaba por no perder el poder adquirido en poco tiempo en virtud a su cercanía al presidente.

No hubo en los episodios que hemos conocido una discusión acerca de la ideas y proyectos de país que cada uno pusiera de manifiesto y que dieran origen a una confrontación de la cual dependiera el rumbo de la nación. Para usar términos que el gobierno ha puesto tan de moda, no se trató de una lucha entre fieles seguidores de la doctrina casi religiosa de los petrofanáticos, y los moderados funcionarios que según el ejecutivo sabotean su proyecto de sociedad. Se trató más bien de una lucha por el poder para la satisfacción personal y según se alcanza a vislumbrar, para intereses oscuros que se manifiestan en maletas con dinero y viajes en jet privado.

El presidente ha reiterado hasta la saciedad que llegó al poder para interpretar el sentir de un pueblo que le dio un mandato para terminar con siglos de opresión del gran capital. Los hechos, y no me refiero a los del Sarabiagate exclusivamente, no parecen demostrar que ello sea así. Da la sensación qué el equipo de gobierno que se ha ido conformando a medida que avanzan los meses se debate entre los intereses personales y la imposición de modelos anacrónicos y estatizantes que no responden a los anhelos del pueblo, o menos así lo demuestra la Gran Encuesta de Invamer donde se evidencia claramente que el rumbo que está tomando la nación no convence.

La consigna parece ser la del poder para imponer y la del poder para el beneficio personal. El poder para imponer ideas y concepciones que no admiten debate ya que el triunfo es suficiente argumento para obligar a una visión de la sociedad que no corresponde a la realidad que vive el país ni en temas de salud, ni en temas laborales ni muchos menos en temas de pacificación. ¿Cómo se impone? Se impone dispensando favores en la forma de puestos públicos y contratos para que esos aliados a su vez adquieran su pequeño poder que en aras del cambio perpetua los mas arraigados y funestos síntomas de nuestra débil democracia. Recordemos que fue acomodándose para lograr el triunfo que llegaron Benedetti y otros miembros de lo más granado de la vieja forma de hacer política. Los que no llegaron en esa primera cochada están llegando, reclamando su pequeña cuota de poder generalmente para provecho propio.

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