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Analistas 12/03/2025

Marxismo

Antonini de Jiménez
Miembro del Consejo Académico de Libertank

Seguidores de un hombre gordo, barbudo y arisco que mostraba más afecto por los hijos de los demás que por los suyos propios. Dicen que se pasó más de 50 años en una biblioteca para decir de muchas maneras una sola cosa: que en Inglaterra había muchos ladrones. A estos ladrones les puso el nombre de “capitalistas” y a las víctimas las llamó de “proletarios”. Y se dedicaba a explicar con libros muy gordos la manera en la que se les robaba. Decía que los «proletarios» trabajaban muchas horas y no recibían el salario que merecían, y que el “capitalista” no trabajaba nada de nada y recibía los beneficios «plusvalía» que no se había ganado.

Manejaba una idea del trabajo tan pesada como lo era su barriga, pues creía que trabajar era ser simple y llanamente un obrero, pero que no era trabajo, contratar al obrero, pagarle su jornal y, en definitiva, permitir que el obrero pudiera hacer de obrero. Tampoco contaba como trabajo el que trabajaba con la cabeza, como le ocurría a él, pero él era el que denunciaba la situación y, claro está, eso le exoneraba de darse por aludido.

En aquel tiempo muchos se creyeron esta farsa porque la gran mayoría de la gente era “proletaria”. Hoy en día, son muchos menos los que se la siguen tragando porque la gran mayoría somos “capitalistas”.

También dijo que el mundo no sería feliz hasta que el mundo no fuera justo. Lo cual era una derivación de lo primero que había dicho. Y, entonces, declaró que la justicia tenía que ser darle a cada uno “lo suyo”.

Como generaba mucho quebradero de cabeza dirimir qué significa “lo suyo” para tanta gente tan distinta, lo aclaró diciendo que “lo suyo” es básicamente todo. Y dijo que para que hubiera justicia de verdad había que dárselo todo a los “proletarios”, que son los que trabajan, y no dejar ni las migajas a los “capitalistas”, que son los que nos roban. A esto le llamó con gran rimbombancia, ayudado por su fiel escudero, “la dictadura del proletariado”.

A tal fin dejaron con tinta imborrable un manual de instrucciones (a modo de recetario) como si la conquista proletaria del poder se desenvolviera a la manera de las abuelas al hacer un “sancocho”. “Ahora un poquito de sal, ahora échale tres corazones burgueses rebanados”. “¡No olvides un par de hígados de capitalistas bien gratinados!”, eso le da mucha justicia al plato.

Y muchos países durante el tiempo que vivió este señor y también más tarde lo han querido emular llevando sus ideas a la práctica. Algunos lo consiguieron tristemente y, cuando algunos exploradores fueron a visitar esos países, se encontraron a los trabajadores con las manos vacías, sin nada que llevarse a la boca, porque declaraban no tener trabajo. Sorprendidos, se preguntaban los viajeros que cómo eso podía ser posible ahora que solo había trabajadores y ni un capitalista. Los trabajadores “proletarios” le decían apenados: “Nosotros sabemos trabajar, eso sí, pero lo que no sabemos es crear trabajo; entonces, ¿de qué vamos a trabajar?”

Muchos tuvieron que morirse de hambre para aprender a las duras que donde solo hay trabajadores nadie está en condiciones de trabajar. Aún hoy todavía, aunque parezca mentira, hay gente que sigue creyendo en este gordito; eso pasa porque es mucho más difícil morir de hambre. La estupidez le pasa como al “Capital” de Marx: no se reparte, se concentra.

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