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Analistas 09/02/2023

La Pobre Viejecita

Andrés Otero Leongómez
Consultor en Investigaciones e Inteligencia Corporativa

Las declaraciones de Rodrigo Londoño, alias Timochenko, y de otros miembros de la guerrilla de las Farc en el Congreso, pidiendo ser reconocidos como víctimas del conflicto armado en Colombia, es la muestra -una vez más- de las verdaderas intenciones de estos personajes de hacerle conejo al país. Su comentario derivado del fallo de la Cidh condenando a Colombia por el exterminio del partido político de las Farc, mejor conocido como la Unión Patriótica, es la burla una vez más a una sociedad que tuvo le generosidad -o la ingenuidad- de tragarse el sapo del “mejor acuerdo posible’.

El cinismo de estos personajes no tiene nombre. Como si no fuesen suficientes todas las prebendas que les otorgó Juan Manuel Santos a cambio del Nobel, ahora quieren terminar de redondear su faena. Por más de 40 años cometieron todo tipo de delitos de lesa humanidad sin discriminación de clase, raza, género o edad, y ahora ellos se consideran las víctimas. ¡Hágame el favor! Un puñado de delincuentes que hoy viven sabroso gozando de total impunidad, curules gratis en el Congreso y salarios onerosos, a cambio de nada.

Como era de esperarse, participan en política sin haber pagado por sus crímenes, contribuido con la verdad o reparado económicamente a sus víctimas. No han sido capaces de reconocer su responsabilidad individual en los delitos de secuestro y extorsión, en las pescas milagrosas y mucho menos en la construcción de campos de concentración tipo Nazi en las selvas de Colombia. No han tenido el valor para poner la cara sobre la práctica generalizada de reclutamiento de menores, la violación mujeres y niñas en sus filas, y los abortos forzados a los que eran obligadas. Tampoco han contribuido a esclarecer los atentados terroristas como el collar bomba, los ataques a poblaciones con cilindros de gas o haber convertido a Colombia en el país con mayor número de víctimas de minas antipersona en el mundo. Y ni que hablar del atentado terrorista al Club El Nogal, hoy en su veinteavo aniversario.

Pero independiente de que la Justicia Especial para la Paz o la Comisión de la Verdad se nieguen a impartir justicia o responsabilizar a las Farc por sus delitos, lo que más molesta es que sus líderes no tengan la gallardía para aceptar su responsabilidad o el más mínimo nivel de remordimiento, arrepentimiento y humildad.

Toda esta farsa de la paz se ha logrado con la complicidad de organismos internacionales como la Cidh, CIJ, la ONU, las ONG de derechos humanos, y un puñado de gobiernos de izquierda autoritarios que se autoproclaman garantes y defensores de paz. Para ellos -y para Santos-, el propósito nunca fue alcanzar la paz o lograr un mínimo de justicia para las víctimas. Los blindaron jurídicamente, les crearon la plataforma para reivindicar su proyecto político y su narrativa de lucha de clases, y les permitieron ganar en la mesa lo que nunca pudieron por las armas. En su paso, se adueñaron del negocio del narcotráfico, amasaron una fortuna incalculable y lograron que el Estado colombiano les lavara su dinero.

Parafraseando la última estrofa del poema del maestro Pombo, pueda ser que los viejecitos de las Farc logren dormir en paz, y Dios permita que algún día el resto de los colombianos logremos disfrutar de sus pobrezas y morir del mismo mal.

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