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Analistas 18/05/2023

De malas

Andrés Otero Leongómez
Consultor en Investigaciones e Inteligencia Corporativa

‘Y pueden llorar’, fue la respuesta de la vicepresidenta Francia Márquez a la pregunta de una periodista sobre sus gastos suntuosos, incluyendo sus desplazamientos en ‘helicótero’ por razones de seguridad a su casa en Cali, y su periplo burocrático por el África para encontrarse sus raíces. Ella aduce que se le cuestiona por ser negra y por venir de un hogar humilde, pero igual no le importa lo que piensen los contribuyentes, lo va a seguir haciendo. ¡Como hubiera dicho Horacio Serpa, mamola!

A la ‘vice’ se le cuestiona es por su falta de congruencia con el discurso populista de igualdad y reforma social que tanto profesa el gobierno. Por defender una cosa cuando incendiaban las ciudades durante las protestas sociales y hacer otra, una vez llegaron al poder. Por prometer que son el cambio, cuando en realidad son más de lo mismo. Gastan y despilfarran sin vergüenza alguna y actúan -cocinando alianzas- como -y con- los políticos tradicionales que tanto dicen despreciar.

Pero independiente del resentimiento y odio que escupe ella, lo preocupante es que representa ese cáncer que viene polarizando a nuestro país. Es fiel representante de esa mitad del electorado que vive con rabia y no sabe por qué. Les lavaron el cerebro que Colombia es el país más desigual del mundo, que el rico vive del pobre, y que el empresario es un abusador. Su rencor es producto de la narrativa de lucha de clases que la izquierda latinoamericana viene impulsando en nuestro país.

La descomposición es producto de la guerra -pero ante todo del narcotráfico-, que poco a poco fue destruyendo el tejido social. La ambición por el dinero fácil y la apología al crimen, alrededor de figuras como Pablo Escobar, tergiversó nuestros valores. Se ha vendido la idea de que todo en el país es malo, que la guerra es culpa de los Uribistas y la derecha, y que la clase empresarial solo busca enriquecerse a costa de los pobres. Están convencidos de que el socialismo totalitario -que no ha servido en ningún país- es la solución a sus problemas, como si al caer el Muro de Berlín, la gente hubiera corrido de Alemania Occidental hacia el paraíso comunista. Bajo su paradigma social, si el gobierno no les mejora su calidad de vida, por lo menos se va a encargar de joder a los ricos. Es la máxima de la revolución chavista: si no cabemos todos en la cama, pues todos en el suelo -menos ellos-.

Si algo tenía Colombia de especial cuando estaba creciendo y era posible viajar por carretera por los rincones del país, es que no importaba qué tan rica o pobre fuera la gente, la amabilidad y orgullo por su tierrita, se convertía en un imán que atraía y generaba sentido de pertenencia. El común de la gente, el del montallantas, el campesino, el del parador al lado de la carretera, el desocupado en la plaza o el capataz del pueblo, se desvivía por atender al visitante esporádico que pasaba por su región.

Por eso, es necesario trabajar para reconquistar a las bases y reconstruir nuestro tejido social. Así un grupo de dirigentes quiera vender la idea del vaso medio vacío, existe una clase empresarial y dirigente resiliente, que aguantó a los embates del narcotráfico, de guerrillas y paramilitares, y que nuevamente se verá obligada a luchar para que un puñado de ineptos de izquierda no acaben con el país. De malas ellos.

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