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Analistas 10/07/2025

¿Quién debe ser el candidato?

Andrés Guillén G.
Socio director Guillen & Guillen Abogados

En estos tiempos tan marcados por la incertidumbre, la crisis institucional y el evidente desgaste por la pésima gestión del gobierno actual, la proximidad de las elecciones suele llevarnos a repetir fórmulas y lugares comunes. Nos hemos concentrado, hasta el cansancio, en denunciar los errores del gobierno -errores que, más que eso, parecen ser deliberados - y en debatir quién podría ser el próximo presidente. Sin embargo, esa lógica es equivocada. Nos lleva a asumir que el cambio será inevitable simplemente porque este gobierno está por terminar. Esa suposición es tan peligrosa como ingenua: el cambio no se da por inercia, se construye. El fin de un mal gobierno no garantiza automáticamente el inicio de uno bueno.

La pregunta que da título a este artículo debería ser una consecuencia, el resultado de un escrutinio, y no el punto de partida. Lo correcto sería preguntarnos primero cómo debe ser ese candidato ideal, qué cualidades debe tener. Sólo estableciendo ese perfil podremos determinar, con cierto rigor, quién podría encarnar la esperanza de una recuperación y transformación genuina para el país.

Ya lo he mencionado en escritos anteriores: la democracia, tal como la hemos concebido, tiene fallas profundas y lleva en sí un germen autodestructivo. No cualquiera debería llegar al poder. La idea de que todos pueden gobernar por el simple hecho de poder ser elegidos democráticamente ha resultado costosa, y es una falacia. ¿Cuál democracia, cuando se compran los votos, cuando la maquinaria y las cuotas determinan los resultados, cuando evidentemente llegan los equivocados? Basta observar los efectos del mandato actual para comprender el riesgo de entregar el timón a quien carece de preparación, visión y real capacidad para gobernar.

Entonces, ¿cómo debe ser el candidato? En mi criterio, debe reunir al menos las siguientes cualidades. Debe ser una persona proba: honesta, honorable, íntegra y decente; alguien que actúe con rectitud y se mantenga ajeno a intereses personales o mezquinos. Debe estar formado académicamente y tener experiencia comprobada. Necesitamos no sólo un político hábil, sino un buen gerente, alguien con capacidad para enfrentar crisis y resolverlas eficazmente.

Su vocación debe ser el servicio, no el poder por el poder. Tiene que entender que gobernar es una oportunidad de pasar a la historia si se ejerce en forma adecuada y responsable, no su momento para alimentar el ego o perpetuarse en cargos. El poder mal asumido es un vicio casi que inquebrantable; quien lo busca sin principios termina por corromperse y dañar a la sociedad. Debe tener una hoja de vida limpia: nunca haber malversado fondos públicos, ni directa ni indirectamente. Esta es una condición mínima, aunque tristemente difícil de cumplir en el panorama político actual.

Su elección debe ser verdaderamente democrática, basada en el mérito y en una conexión genuina con la ciudadanía. Debe ser capaz de comunicar ideas claras, inspirar confianza y evitar caer en compromisos que hipotequen su libertad y su visión de país. Y algo esencial: debe saber rodearse de un equipo competente y decente. Un verdadero líder no actúa solo; construye a partir de un grupo sólido de personas que compartan su voluntad de servir, construir y transformar.

Tal vez la persona ideal no venga de la política tradicional. Tal vez esté en el sector privado, en el mundo académico, en las regiones, en espacios aún no explorados. Lo que verdaderamente importa no es su trayectoria política, sino la calidad humana, profesional y ética con que pueda guiar al país en estos tiempos difíciles.

Lo que no podemos seguir permitiendo es que nos enfrasquen en peleas de egos, vanidades y cálculos electorales. Hay quienes buscan el poder como fin en sí mismo, no como un medio para lograr el bienestar colectivo. Bajo nuevos nombres y nuevas promesas, terminan replicando los mismos vicios de siempre.

Por eso, debemos insistir: Colombia no es lo que algunos gobernantes han querido hacernos creer. No somos enemigos entre nosotros. No somos un país de violencia ni de divisiones irreconciliables. Lo que nos hace falta es liderazgo: fuerte, justo, con autoridad legítima, sin titubeos y fundamentada en el respeto por el derecho.

Remate. La ira del pueblo. Demagogia y falacia pura y dura.

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