MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Sin pretender entrar en disquisiciones filosóficas para entender el concepto de libertad, basta con acudir a la definición que ofrece el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, según la cual libertad es la “falta de sujeción y subordinación”. Pero ¿cuántos de nosotros podemos decir que vivimos realmente libres?
Hoy en día, ejercer la libertad requiere de una conciencia elevada y de una voluntad firme. Nuestras decisiones están cada vez más condicionadas por factores externos que operan de manera silenciosa, casi imperceptible. Las redes sociales, el bombardeo constante de información, la manipulación mediática y la cultura del consumo nos moldean sin que lo notemos. Vivimos en la época del mensaje, de la sensación, no del análisis, no del razonamiento. Nos vuelven adictos, nos distraen, nos alinean. Y lo más grave: lo permitimos y aún mas, lo fomentamos sin darnos cuenta.
La verdadera libertad no consiste en tener múltiples opciones, sino en poder elegir con autonomía, con claridad, con criterio. Para ello, es indispensable conocer nuestras alternativas, entender sus implicaciones, y no vivir bajo un determinismo disfrazado de modernidad. Nuestra voluntad muchas veces se ve obnubilada, incluso anulada, por deseos que no nacen de nosotros, sino que nos son implantados. Esto genera una disonancia entre lo que creemos querer y lo que realmente queremos.
La libertad implica actuar conforme a nuestra voluntad, es decir, tener la capacidad de ordenar nuestra conducta de manera coherente con nuestras necesidades, valores y convicciones. Pero para que esa voluntad sea auténtica, debe estar informada, debe ser consciente. No basta con querer algo; hay que saber por qué lo queremos, qué lo motiva, qué lo sustenta, qué, de verdad, nos proporciona y que esperamos de ese algo.
En esta era del transhumanismo donde los avances científicos y tecnológicos han permitido una superación, sin igual, del ser humano en múltiples dimensiones, física, cognitiva, emocional, también nos enfrentamos a un riesgo latente: la uniformidad. La aparente evolución puede convertirse en una trampa si nos lleva a una sociedad homogénea, donde pensar diferente se vuelve incómodo, y actuar con independencia y libertad se percibe como una amenaza.
No se trata de rebelarse sin causa, ni de ejercer derechos sin asumir responsabilidades. Tampoco se trata de caer en fanatismos ideológicos o religiosos. Se trata, más bien, de adquirir plena conciencia de nuestros actos, de elegir con criterio, de respetar al otro sin perder nuestra individualidad, de escuchar sin dejarnos encausar.
Vivimos rodeados de opciones: qué consumir, qué pensar, qué creer, qué sentir. Pero esa abundancia no se traduce en libertad. Al contrario, muchas veces nos paraliza, nos confunde, nos agobia. La ansiedad, el estrés y el desequilibrio emocional son síntomas de una sociedad que ha perdido el contacto con el “yo” profundo, con la introspección, con el análisis personal.
Este no es un discurso de autoayuda. Es un intento de diagnóstico, quizás imperfecto, pero honesto. Nos empujan a consumir, a endeudarnos, a perseguir metas que no son nuestras. Juegan con nuestra ambición, nos crean necesidades artificiales. Lo verdaderamente preocupante es que lo aceptamos sin darnos cuenta y, por ende, también sin cuestionarnos.
Este texto es, ante todo, un llamado personal. A detenernos. A volver a lo simple, a lo esencial. A desconectarnos, no para retroceder, sino para evolucionar. Para vivir con mayor plenitud, con mayor paz. Porque, aunque el peso de la vida es inevitable, podemos aligerarlo si cultivamos la claridad mental, si defendemos nuestra libertad interior, si aprendemos a vivir conscientemente.
No se trata de ser rebeldes por moda, ni de nadar contra la corriente por capricho. Se trata de pensar, de analizar, de vivir más despacio, más profundamente. De adoptar una postura crítica, reflexiva, libre. Y aunque el primer paso es difícil -porque implica reconocer que hemos estado dormidos-, una vez que despertamos, la vida adquiere un nuevo sentido. La independencia de pensamiento nos permite vivir con mayor autenticidad, con mayor tranquilidad, con mayor verdad.
Vivimos en una época marcada por la constante búsqueda de culpables, de soluciones externas, de respuestas que nos eximan de responsabilidad. Nos enfocamos en los problemas del mundo, en los errores de los demás, en las estructuras que nos rodean, pero olvidamos que somos parte activa de ese mismo sistema. Este enfoque, aunque común, es un error estructural y esencial. La transformación no comienza en el colectivo, sino en el individuo. La suma de voluntades conscientes es lo que puede generar un verdadero cambio. Como dice el filósofo Rafael Narbona, “ no reaccionamos con serenidad ante las desgracias. Raramente nos implicamos en proyectos de reforma social. Nos sentimos huérfanos y desorientados en una época carente de certezas y convicciones.” Y todo por la pérdida inconsciente de la libertad.
Si volvemos a usar el salario mínimo como atajo para resolver lo que no se construyó durante el año, el efecto no será justicia social, sino menos empleo, más informalidad y menor capacidad de crecer
El Garabato envía un mensaje contundente: cuando la comunidad, el sector público y el sector privado trabajan de la mano, la ciudad encuentra caminos más auténticos, más humanos y más sostenibles para avanzar
La tarea es encontrar un punto medio entre un aumento de los ingresos y evitar excluir a más personas de la informalidad, además de los efectos inflacionarios