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Analistas 29/07/2022

Conspiración y verdad

Andrés Caro
Candidato a doctor en derecho por la Universidad de Yale

Peter McIndoe se inventó una teoría de la conspiración según la cual los pájaros —sí, los pájaros— no son animales sino robots puestos por el gobierno de Estados Unidos para vigilar a sus ciudadanos. Aprovechando que los pájaros tienen algo de irreal, de palabras que se ponen sobre los árboles, McIndoe ha impulsado “Birds Aren’t Real!” (“Los pájaros no son reales”) para difundir su idea. Sin embargo, “Birds Arent’t Real” es una teoría de la conspiración que se sabe mentira. La han hecho para mostrar cómo una mentira se puede divulgar rápidamente por las redes sociales, creando una realidad paralela, una comunidad de creyentes que ven en los pájaros robots. Así, en un mundo en el que hay gente que ha decidido creer que la tierra es plana, “Birds Aren’t Real!” intenta darle la vuelta al pensamiento conspirativo para mostrar las fallas de un temperamento que niega la posibilidad de la contradicción y de falsabilidad.

Algunas de las conspiraciones tienen contenidos relativamente inofensivos. Algunos creen que Elvis está vivo, otros que Hitler se mudó a Boyacá, que algunos químicos en el agua vuelven a las ranas homosexuales, que los extraterrestres hicieron las pirámides, que Shakespeare no escribió sus obras, o que Paul McCartney se murió en los años sesenta. Otras teorías de la conspiración son peligrosas por lo que dicen: que el Holocausto no ocurrió, que el calentamiento global es un invento, que las vacunas producen autismo, o que la evolución es mentira.

Más allá del daño individual que las conspiraciones puedan causarle a sus víctimas (del que Matarife, con sus mentiras y sus hilos rojos, le ha hecho a Álvaro Uribe, o del que las teorías de conspiración antisemitas promovidas por la derecha —como que George Soros está detrás de todo lo que no les gusta— han causado), estas teorías ponen en riesgo los fundamentos sobre los que se construye el conocimiento, los medios para compartir y corregir ese conocimiento, y las formas como se establece la verdad en una comunidad. Los teóricos de la conspiración se sirven de coincidencias, de prejuicios y de creencias propias e infundadas para erosionar la verdad. Así, le dan la vuelta al método inductivo y proponen teorías que le dan un peso desmedido a anécdotas y casualidades, minimizando o eliminando la posibilidad de que haya pruebas en contra de sus teorías, normalmente señalándolas como productos irrelevantes y malintencionados de las mismas conspiraciones que ellos pretenden develar. Crean entonces argumentos circulares en los que los hechos que parecen confirmar sus teorías son admitidos como absolutos e innegables, y en los que cualquier prueba que los contradiga es inadmisible.

Así, a punta de mentiras pequeñas, van creando arreglos completos de equivocación y de error que mezclan verdades a medias, coincidencias y anécdotas, y que no sólo ponen en duda la credibilidad de quienes los contradicen, sino que erosionan la posibilidad misma de la contradicción, la contestación, la falsabilidad, la separación entre hechos e interpretaciones y la persuasión, y los otros mecanismos que, desde el descubrimiento del método inductivo, les han servido a las sociedades occidentales para separar la verdad de la mentira.

La libertad de expresión es uno de esos mecanismos. Sin embargo, no es el único que sirve para consolidad nuestras “comunidades basadas en la realidad”, como las llama Jonathan Rauch. La protección de la verdad necesita la conversación y la persuasión, pero requiere, también, un compromiso con una infraestructura básica –moral, política, epistemológica– que permita esa conversación. Si la forma de llegar a los hechos es confundiendo la correlación con la causalidad, por ejemplo, o generalizando desde la excepción y no desde la norma, no vamos a poder tener una conversación. Tenemos que compartir los hechos –y, por lo tanto, la infraestructura para llegar a ellos– para poder diferir en las interpretaciones.

Colombia aún no está dividida en burbujas separadas por su creencia en teorías de la conspiración, pero las noticias falsas, las bodegas de tuiteros, y la pseudo ciencia amenazan con constituirlas. Tenemos que cuidar nuestra comunidad de realidad, y cuidarnos de caer en las conspiraciones, especialmente cuando esas conspiraciones parecen confirmar nuestras creencias.

La libertad de expresión protege la divulgación de mentiras. Nuestra comunidad y nuestras instituciones tienen que ser capaces de señalarlas, desmentirlas, y de censurar a quienes las propagan.

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