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El mundo está cambiando tan rápidamente, que quien no tiene la capacidad de innovar, está condenado a desaparecer.
El problema es que se avanza tanto y tan velozmente, que conseguir el desarrollo exitoso de nuevas ideas, que puedan revolucionar el mercado, resulta cada vez más apremiante y difícil; por ello se asumen más riesgos y se incrementan las posibilidades de fracaso.
En una reciente conferencia dictada por el español Xavier Marcet, conocido asesor empresarial y profesor universitario, experto en el campo de la innovación, afirmó que las empresas innovadoras se conocen fundamentalmente por el aporte que los nuevos productos y los modificados, hacen a la cuenta de resultados.
“Las dificultades para innovar, no surgen de la falta de ideas”, comentó. A lo largo de su experiencia, ha conocido muchos casos de empresas han creado plataformas para captar sugerencias y propuestas de empleados y clientes; mediante este sistema han conseguido, un número abrumador de ideas para el desarrollo de nuevos productos, el ofrecimiento de nuevos servicios y el mejoramiento de los existentes. Llevar a la práctica una idea innovadora, crear un nuevo producto y posicionarlo exitosamente en el mercado, es el verdadero reto. “Puede haber muchos fracasos, pero si se consigue desarrollar una sola idea verdaderamente exitosa, la recompensa puede ser inmensa”.
Marcet piensa que no hay nada más peligroso y dañino para una organización, que la “arrogancia corporativa”. Sentir que se es todopoderoso en el mercado y por ello abandonar la investigación y desarrollo de nuevos productos y servicios, minimizando o desconociendo la amenaza que puede representar un competidor más pequeño, es ceder espacio y poner a la compañía rumbo hacia su desaparición en el tiempo.
La innovación es una cultura empresarial y para que funcione adecuadamente, se requiere convertirla en hábito y para ello es necesario entrenar y practicar a diario; el pensamiento creativo debe tornarse en una constante dentro de la compañía. Es importante tener en cuenta que la innovación se produce más fácilmente en organizaciones horizontales que en las muy verticales y se da con facilidad en trabajadores que están a gusto en sus compañías y difícilmente en aquellos que se sienten insatisfechos en su trabajo. ¿Quiénes son los que innovan?, se pregunta Xavier Marcet y él mismo responde: “la gente feliz”.
Para que la innovación se mantenga, es importante evitar a toda costa desmotivar a aquellos trabajadores que son generadores de ideas. En este propósito, el manejo de las propuestas que sean consideradas como inviables o de difícil aplicación, debe hacerse con tacto y delicadeza, agradeciendo el aporte e invitando al proponente a continuar trabajando creativamente; ridiculizar una idea o sugerencia, por loca que parezca, constituye la mejor manera de anular a un pensador creativo.
No sobra recordar aquellas frases que nos invitan a darle una oportunidad a cada propuesta y tratar de analizarla con lente positivo, para esforzarse en descubrir por qué sí podrían realizarse, antes que descartarlas de tajo, ante la primera dificultad. También es importante desarrollar la capacidad de valorar las propuestas ajenas, dejando de lado envidias y egoísmos, en favor del éxito de la compañía.
“La innovación es sinónimo de riesgo y tensión corporativa”; no es posible innovar sin asumir que en el camino enfrentaremos serios fracasos. Por eso Xavier Marcet dice que “hay que aprender a fracasar rápido y barato”; pero también que “el mayor riesgo es no innovar”.
Otras formas de adormecer la creatividad
Existen otras formas de inutilizar al creativo. Frases como: “si esto siempre se ha hecho así y funciona, para qué lo vamos a cambiar”, lleva a los trabajadores a adormecerse y dejar de pensar y proponer. Siempre existe la posibilidad de mejorar un producto, de añadirle algo que lo renueve o facilite su operación. No necesariamente debe ser una transformación grande; a veces un pequeño cambio, marca una importante diferencia.